Ahora que veía las imágenes de la presidenta Claudia Sheinbaum abordando un vuelo comercial, y con escalas, rumbo a Río de Janeiro, no deja de asombrarme la negligencia y tontería de haber vendido el avión presidencial, además a un precio ridículo a un dictador de Asia Central: un mandatario no puede ni debe hacer viajes de 12 horas en vuelos comerciales donde, además, en la mayor parte del trayecto no hay ni siquiera wifi.
No es un problema de comodidad, es de comunicación: imagínese una crisis grave, por el motivo que sea y argumentar que simplemente no se pueden comunicar con la Presidenta. Se trata también de la posibilidad de aprovechar el tiempo del viaje con mejores condiciones para trabajar; implica, además, que cuando se llega a una reunión como la del G20, se esté más descansado y preparado para asumir agendas complejas que requieren estar física y mentalmente en forma. Es una exigencia, más que una muestra de sencillez que, por cierto, en esos niveles nadie valora.
Lo cierto es que la presidenta Sheinbaum llega a Río de Janeiro con una agenda intensa: además de las reuniones plenarias del G20, tendrá encuentros privados con los primeros ministros de Japón, Corea del Sur, Canadá y Gran Bretaña y con los presidentes de India, Francia, Vietnam y el de Brasil, y anfitrión, Lula da Silva. Es, de inicio, una notable diferencia con su antecesor que despreció esos encuentros multilaterales e incluso los viajes al exterior. Hace unos días dijimos que no había ido a ningún encuentro de este tipo, pero no, sí fue a uno, a la Cumbre del Pacífico en San Francisco, en 2023, donde sólo estuvo unas horas y mantuvo un corto encuentro con el mandatario chino Xi Jinping y otro con Justin Trudeau, el premier canadiense. Sheinbaum va con una agenda de bilaterales intensa y con una predisposición mucho mayor de participar e intervenir.
No dudo que en las bilaterales tendrá agendas específicas con cada uno de esos mandatarios, pero cuando se le preguntó en la mañanera qué llevaría al pleno del G20 dijo, como decía su antecesor, que presentaría el programa Sembrando Vida. ¿De verdad? No es que me parezca mal ese programa, lo que sucede es que es intrascendente en el contexto internacional actual: México tiene que tomar posición en temas cruciales, no lo hizo durante el sexenio pasado y debe recuperar su lugar en el concierto de naciones, hoy perdido o desdibujado.
Hoy no somos objeto del respeto que generamos por nuestra política exterior en el pasado (tanto en la época posrevolucionaria como en la que llaman neoliberal), sino de mofa, agresiones, se ha puesto de moda el concepto peyorativo de mexicanización.
La Presidenta debería presentar sus proyectos de seguridad, sus estrategias para frenar la migración (Sembrando Vida no sirve para eso), sus planes económicos y sobre todo energéticos, y aprovechar las bilaterales que tendrá con algunos de los líderes de las economías más exitosas del mundo, como Corea del Sur, para aprender de sus modelos y amarrar acuerdos.
Es muy importante para el país, sobre todo en las actuales coyunturas, que vuelva a ser visto como un interlocutor importante. Y debemos hacerlo reafirmando nuestro lugar en América del Norte, no hay otra forma. Quizá Lula, de Brasil, y Modi, de la India, podrán invitar a México a ingresar a los BRICS: no debemos hacerlo, sería un suicidio económico y político. Somos América del Norte y eso es invalorable.
Por lo pronto, veremos a la presidenta Sheinbaum el 20 de noviembre, agotada del viaje comercial de regreso, en las celebraciones del aniversario de la Revolución. Qué necesidad.
Laboratorios en seguridad
Estuve hace algunas semanas en Fresnillo, en el estado de Zacatecas, que ha sido uno de los lugares más inseguros del país, viendo cómo un modelo de seguridad incorpora lo que desea el gobierno federal: cooperación, inteligencia, coordinación e investigación. Se está llevando a cabo con bastante éxito en lo que va de este año. Es un laboratorio que tiene como hilo conductor a la Guardia Nacional y comienza a dar resultados medibles.
El viernes estuve en la presentación del programa de seguridad de la alcaldía Álvaro Obregón, que Javier López Casarín quiere que funcione como un laboratorio de seguridad. En un auditorio a rebosar de empresarios y líderes sociales se presentó este programa de seguridad para la alcaldía, que es el más completo que he conocido en mucho tiempo, que contempla una apuesta muy alta por la tecnología de los servicios y, al mismo tiempo, de acercamiento y participación de la comunidad y, como en otros proyectos que han sido exitosos de la iniciativa privada, con financiamiento y seguimiento de las acciones y resultados.
La fundación del muy famoso exjefe de la policía de Nueva York y de Los Ángeles, William Bratton, acompañará todo el proceso, lo mismo que la Secretaría de Seguridad Ciudadana de la Ciudad de México, que encabeza Pablo Vázquez. Es, como dijo López Casarín, un laboratorio para experimentar programas y mecanismos para la alcaldía y para el resto de la ciudad y otros espacios conurbados.
Por cierto, en una plática que tuvimos con el secretario Vázquez hablábamos la semana pasada de algo que, por ser cotidiano, no valoramos: la calidad y dimensión de la vida social, cultural, gastronómica de la Ciudad de México, convertida en una de las ciudades de moda a nivel mundial por la enorme cantidad de eventos, espectáculos y ofertas, con un movimiento de millones de personas que disfrutan de seguridad para hacerlo. Una ciudad que, pese a todos sus pesares, es vivible y disfrutable.