El pavoroso estado de las calles de la Ciudad de México y su zona conurbada me han llevado de regreso a mi infancia, cuando uno no podía circular por esta área metropolitana sin caer todos los días en infinidad de baches.

Aún recuerdo aquella columna escrita en 1978 en estas mismas páginas por Manuel Buendía, titulada “Una pérdida personal”, en la que el periodista michoacano ironizaba sobre cómo lo había afectado que hubiesen rellenado un bache, en el cruce de avenida Revolución y Barranca del Muerto, al que había llegado a considerar un amigo porque, durante años, todos los días se cruzó con él.

“Era un bache de grandes proporciones, bien dibujado, con personalidad definida. Era un bache con historia, con carácter (…) Los días de lluvia, cuando el agua lo cubría, era un bache discreto. En los días de sol se mostraba arrogante, profundo y con una superficie rugosa, llena de bultos y desniveles”, escribió Buendía hace casi medio siglo.

Hoy la calidad de las vías en esta capital ha vuelto a ser la de aquellos tiempos y nuevamente han aparecido por todas partes las soluciones ingeniosas que los mexicanos implementan ante la inacción de la autoridad: señalar el bache con una llanta usada, una tarima, un huacal o una rama de árbol.

Y no crea usted que éste es sólo un tema de las vías secundarias. El fin de semana apenas libré un enorme cráter en pleno Insurgentes Norte, un poco antes de la salida de Montevideo. Si se lo topa uno de noche y a velocidad considerable, o en medio de una de esas inundaciones que hemos visto a cada rato en las “vías rápidas” durante esta temporada de lluvia, no sólo anda dejando un rin, sino hasta un eje.

Ya para qué hablamos de la salida a Puebla. La calzada Ignacio Zaragoza parece haber sido blanco de un bombardeo. O del Periférico, a la altura de Perinorte, donde, si no tuvo usted la suerte de haber tomado el viaducto elevado —que sólo es de un sentido y cambia a diferentes horas—, debe ir preparado para varios minutos de intenso zangoloteo.

La semana pasada, la reportera Itzel Cruz Alanís, de N+ Foro, dio a conocer un caso extremo: un bache en avenida Oceanía que produjo choques y aumentó la facturación de las vulcanizadoras. Pese a que su nota tuvo una extensa cobertura en televisión, al día siguiente el hoyazo seguía tal cual, sin que nadie hubiera llegado a hacer la reparación o siquiera a instalar alguna señal de peligro.

Incluso en lugares menos congestionados de la ciudad la infraestructura se cae a pedazos. Vecinos del barrio de San Lucas, próximo al centro histórico de Coyoacán, reportan que el abandono es evidente. La zona no sólo padece los baches de muchas otras partes de la capital, sino también fugas de agua que han abierto socavones, los cuales, a pesar de reiteradas denuncias de sus habitantes, no han sido rellenados.

Por si fueran poca cosa la indolencia y la falta de mantenimiento, las obras de construcción del tren suburbano al AIFA están destrozando las calles del municipio mexiquense de Tultepec, según lo ha expuesto el propio alcalde Sergio Luna Cortés.

Los pobladores han hecho plantones, que tienen detenidos los trabajos, exigiendo que se atiendan los problemas provocados. De acuerdo con el presidente municipal, calles y viviendas de comunidades como Teyahualco, 10 de Junio, La Manzana, Hacienda del Jardín, Trigotenco y San Pablito presentan daños por efecto de esas obras.

Uno debe preguntarse si así vamos a recibir a quienes lleguen a presenciar los partidos de la Copa del Mundo. Falta menos de un año para la inauguración del campeonato y, francamente, si así van a estar las cosas, qué pena con las visitas.

Claro, siempre se puede contar con la mexicanísima “manita de gato” para que, a la mera hora, las cosas se vean menos mal de lo que están. Un poco de pintura por aquí, un poco de chapopote por allá, y listo. El problema será qué pase después del Mundial, porque, como pinta la situación, las finanzas públicas estarán tan apretadas que el estado de las calles va a ser el menor de nuestros problemas.

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