En el siempre vibrante teatro de la realidad mexicana, donde el absurdo a menudo se disfraza de cotidiano, esta semana el Sureste nos regaló un nuevo acto estelar: el descubrimiento de una refinería clandestina. Sí, leyó usted bien, una refinería. Y no, no es la de Dos Bocas, aunque a juzgar por la capacidad de producción que le achacaron algunos memes, podría serlo. Parece que la Cuarta Transformación del negocio del combustible ya está en marcha, pero en un formato más… “independiente”.

Las autoridades, en un operativo digno de aplauso (y quizás de una nueva temporada de alguna serie de narcos), desmantelaron esta joya de la ingeniería criminal, instalada en plena zona industrial del puerto de Coatzacoalcos, aislada por una simple barda que nada escondía.

Lo que encontraron allí es para enmarcar: instalaciones improvisadas, pero funcionales, tanques de almacenamiento, equipos de destilación y, por supuesto, ingentes cantidades de hidrocarburos robados. Parece ser que el ingenio mexicano, cuando se aplica al lado oscuro de la fuerza, no tiene límites.

Uno casi podría imaginar a un “ingeniero químico” con gorra y botas, supervisando la calidad del combustible producido en la sombra. Es como la trama de Breaking Bad, pero con esteroides.

Este hallazgo, para quienes aún lo duden, es otra postal de la descarada y creciente incursión del crimen organizado en el lucrativo negocio del combustible. Ya no se trata únicamente de la ordeña de ductos, esa práctica tan arraigada en nuestro folclore delictivo que casi podríamos considerarla una tradición. No, la mafia ha subido de nivel. Ahora no sólo roban, sino que refinan. Pasamos de los “huachicoleros” a los “refinahuachicoleros”, una evolución que, si no fuera tan preocupante, sería digna de estudio en cualquier escuela de negocios… criminales, claro.

Y uno se pregunta, ¿qué sigue? ¿Un Pemex pirata en la clandestinidad? La imaginación vuela, y la realidad, desgraciadamente, a menudo la supera. Quizás pronto veremos ofertas de “gasolina premium artesanal” o “diésel de autor”.

Este escalofriante salto cualitativo en las operaciones del crimen organizado no hace más que confirmar lo que desde hace tiempo han venido denunciando organismos internacionales y, curiosamente, nuestros vecinos del norte. La Red de Control de Delitos Financieros (FinCEN, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos, por ejemplo, ha emitido alertas en repetidas ocasiones sobre el blanqueo de capitales provenientes del tráfico de hidrocarburos en México.

El Departamento de Estado y el Departamento de Justicia también han señalado la sofisticación creciente de estas redes criminales, que utilizan desde empresas fachada hasta complejas operaciones financieras para lavar sus ganancias ilícitas. Incluso se han mencionado ejemplos específicos de cómo cárteles mexicanos han invertido en infraestructura para el almacenamiento y transporte de combustible robado. Vaya, parece que en Washington ya sabían lo que en Veracruz apenas acabamos de descubrir. Quizás deberíamos escuchar un poco más a la FinCEN y un poco menos a los “otros datos”.

Mientras tanto, en México, la refinería clandestina se une a la lista de “logros” del crimen organizado. Una instalación que, sin presupuesto gubernamental ni pomposas inauguraciones, demostró que la iniciativa privada, incluso la de origen dudoso, puede ser sumamente eficiente. Habrá que ver si algún día logramos que las refinerías legales operen con la misma pasión y rentabilidad que esta joya subterránea. Si no fuera por el grave daño social y económico, y la amenaza que representa para la seguridad nacional, casi diría que tenemos un nuevo modelo de negocio para exportar. Casi.