Nada vulnera más la soberanía en nuestro país que los ataques de las organizaciones criminales que asesinan a más de 80 personas cada día, que controlan cerca de 30% del territorio nacional, que tienen sojuzgada parte de la frontera sur, que desaparecen personas, trafican con hombres, mujeres y niños a los largo y ancho del territorio nacional, que roban, secuestran, extorsionan, expolian empresas, desde agrícolas hasta mineras, que venden drogas a jóvenes y niños, y distorsionan con su accionar la vida y la economía nacional.

Donald Trump podrá ser un espécimen difícilmente defendible en muchos sentidos, pero no es el responsable de la situación que ha vivido México durante muchos años en materia de seguridad, sobre todo en el pasado sexenio. La política de abrazos, no balazos fue criminal, no protegió a la ciudadanía, pero sí empoderó a los criminales, detonó el tráfico de fentanilo y de migrantes, le dio al crimen organizado el control sobre el tráfico de personas desprotegiendo nuestra frontera sur, en un sexenio que registró 200 mil asesinatos y más de 50 mil desaparecidos. No son especulaciones: son datos objetivos, cifras duras. Así se viola la soberanía. Si queremos defender nuestra soberanía debemos recuperar la seguridad, retomar el control fronterizo y acabar con el tráfico de personas. De poco sirve quejarse de Trump cuando estamos hablando de problemas nuestros, internos, que atañen, más allá del gobierno estadunidense, a nuestra seguridad pública, interior y nacional.

Por eso mismo adoptar medidas que limiten la integración, que retrocedan en los objetivos regionales, que no abonen a establecer no sólo mecanismos de colaboración, sino una política regional común, sería un grave error, es una forma de impulsar el aislacionismo y de ofrecerle a Trump mayor margen de maniobra para sanciones y presiones. Nadie se engañe: lo dijo con toda claridad Trump el lunes cuando abordó el tema de los hipotéticos aranceles. Cuanto más integrados, cuando mayores intereses comunes existen, cuando se realiza un verdadero trabajo común, regional, en todos los sectores, pero sobre todo en cárteles y migración, cuando nuestra economía es más integrada, mayor capacidad tiene nuestro país para lidiar con Trump y sus amenazas. Probablemente no es verdad, como asegura la administración Trump, que con las caravanas migrantes ingresan terroristas o exmiembros de ISIS, pero, primero, no lo podemos descartar, sobre todo ahora que ha comenzado la dispersión mundial de muchos de sus sobrevivientes. Segundo, porque los que sí ingresan mezclados en los miles que huyen de la pobreza y la inseguridad son pandilleros, tratantes de personas y traficantes de droga y armas.

Se entiende y comparte la visión humanitaria, pero eso no está peleado con una estrategia de seguridad nacional. En el sur del país hay que tener una frontera real, no ficticia, abierta, pero con regulación, con cruces individuales, no masivos, que permita incluso proteger de esa forma a quienes quieren ingresar legítimamente al país. Dejar abierta la frontera sur al ingreso masivo y sin control es, en el largo plazo, suicida, más allá de las amenazas de Trump. Es muy importante que se realicen operativos como el de la semana pasada, que implicó la detención de más de cien personas en la frontera, pero resulta inverosímil que se permita, en todo este contexto, que sigan partiendo caravanas migrantes desde Tapachula.

Se equivoca la presidenta Sheinbaum al minimizar las amenazas de Trump o darle una interpretación similar a las que tuvieron en la pasada administración trumpista. No es lo mismo y no está diciendo lo mismo: la declaratoria de emergencia no es igual a la de 2018, la imposición de Quédate en México es diferente y vendrá acompañada de una oleada de deportaciones, la declaratoria de terroristas de los cárteles no implica que ellos combatirán el crimen organizado en su lado de la frontera y nosotros del nuestro. Es un error de diagnóstico: las organizaciones criminales que fueron declaradas terroristas no operan por separado en ámbitos nacionales, son cárteles regionales y globales, y para combatirlos se requiere adoptar políticas en ese mismo sentido.

No se trata de descubrir el hilo negro: todos los diagnósticos serios coinciden en lo mismo y lo acaba de declarar el nuevo secretario de Estado, Marco Rubio, en la audiencia de confirmación en el Senado estadunidense: se requiere una política común, y durante todo el sexenio de López Obrador (y parte del de Peña Nieto) estuvo ausente. No hacerlo es lo que vulnerará la seguridad, la independencia y la soberanía.

LA RECONSTRUCCIÓN DE ACAPULCO

En la vorágine informativa de los últimos días quedó en el olvido un anuncio importante, el plan que presentó la presidenta Sheinbaum para la reconstrucción de Acapulco. Después de Otis y de John, los dos huracanes que devastaron el puerto, se habló de reconstrucción, pero fueron programas de simples paliativos ante la catástrofe.

Ahora se presentó un proyecto serio, de fondo, integral, que abarca desde el agua y el drenaje hasta la seguridad pública, con fondos federales presupuestados para el estado que gobierna Evelyn Salgado y con apoyo institucional bien definido, desde la planificación del desarrollo del polo turístico (que tendría que haber asumido hace años el Fonatur) hasta una presencia permanente de la Guardia Nacional. Es un acierto y es la única forma de recuperar una joya turística sobre la que han caído todas las desgracias posibles.

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez es periodista y analista, conductor de Todo Personal en ADN40. Escribe la columna Razones en Excélsior y participa en Confidencial de Heraldo Radio, ofreciendo un enfoque profundo sobre política y seguridad.

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