“¿A dónde me voy, a Culiacán?”, repreguntó Leslie Alfredsson, mexicana avecindada en Suecia, cuando la consulto a ella y a Luis Orozco, mexicano residente en Finlandia, sobre la información que difundieron esta semana las autoridades de esos dos países nórdicos respecto de cómo prepararse ante la eventualidad de una guerra de gran escala en Europa.
A pesar de estar ella en Estocolmo y él en Helsinki –dos ciudades fácilmente alcanzables por los misiles de Vladimir Putin–, ninguno de los dos piensa que regresar a México sea opción para escapar de la tensión regional que está generando la invasión rusa a Ucrania y la ayuda militar que está recibiendo ese último país por parte de Occidente.
El lunes, la información corrió como reguero de pólvora por las agencias de noticias y las redes sociales: Suecia y Finlandia, países que se sumaron a la OTAN a raíz de la invasión rusa a Ucrania, habían advertido a sus ciudadanos sobre la inminencia de la guerra y los urgían a estar preparados. Eso se decía.
La versión de un peligro inmediato se fortaleció con el permiso que dio Washington a Ucrania para disparar misiles ATACMS estadunidenses hacia territorio ruso –cosa que se concretó el martes– y la respuesta furibunda de Moscú, que advirtió que usar dichos cohetes podría dar lugar a una respuesta con armas nucleares.
Después de platicar con Leslie y Luis en Imagen Radio, el contexto me quedó más claro: sí se dio información sobre medidas de protección que deben adoptar suecos y finlandeses para estar listos en caso de un conflicto armado, pero se trata de un aviso rutinario, algo que se ha venido haciendo desde hace décadas en esos países. Lo que sucedió el lunes fue simplemente una actualización de los consejos.
La noticia principal en Finlandia, me aclaró él, era una reunión internacional de start-ups, no que una guerra total estuviera a punto de estallar.
“Una de las medidas que nos recomiendan es guardar efectivo en casa, porque podría ser que en un caso de emergencia no se pudiera pagar con medios electrónicos”, me dijo.
Ésa es la diferencia entre un Estado que mantiene permanentemente informada a la población sobre riesgos potenciales a su seguridad y otro meramente reactivo, como el de México.
En Suecia, me explicó Leslie, todo el mundo sabe dónde está el refugio al que tiene que dirigirse en caso de que ocurra una situación de peligro, sea por una tormenta inusual o un ataque nuclear. El primer lunes de cada mes, se prueba el sistema de alerta. Ésa es la normalidad en el país escandinavo.
En cambio, ¿qué plan de contingencia hay en Sinaloa? A pesar de que la entidad vivió un estado de emergencia cuando el intento fallido de aprehender a Ovidio Guzmán hace cinco años, ¿alguien propuso decirle a los sinaloenses qué hacer en un caso así?
Ahora, a raíz de la guerra entre Los Chapitos y La Mayiza, la gente sólo tiene dos recursos: encerrarse en su casa o arriesgarse a salir, al tiempo que se informa por medios no oficiales sobre las posibilidades de ser asaltado o secuestrado.
Al grupo gobernante en México le encanta hablar del Estado y del papel preponderante que debe jugar. Pero, cuando se requiere la presencia del Estado, ¿dónde está? No en Sinaloa, donde la gente ha sido dejada a su suerte, entre dos fuegos.
Tampoco en Guerrero, donde un grupo criminal puede masacrar a un grupo de personas, incluyendo menores de edad, y abandonar sus cuerpos en uno de los lugares más visibles de la capital estatal.
Menos, en Chiapas. Ahí los delincuentes tienen bajo amenaza a la población, obligándola a montar retenes para informarles quién entra y quién sale de su poblado, y la manda a retener y correr a los militares que pasan por la zona, como sucedió esta semana en Jaltenango.
En México se le llama Estado a un grupo de políticos, que no pasa del millar, dedicado a llenarse los bolsillos y a cuidar su imagen, y que hoy está disfrazado de defensor del pueblo. Pueblo que, a todas luces, casi siempre tiene que defenderse él solo de los múltiples peligros que enfrenta.