La presidenta Sheinbaum era ayer una mujer feliz. Así lo expresó, feliz por la consumación de la escalofriante travesía de la reforma judicial. Con ese impulso, tomó aire y aseguró que no hay ningún motivo de preocupación por el triunfo de Trump, nada de qué angustiarse por los cuatro años que convivirán como poderosos mandatarios que vienen de arrasar en sus respectivas elecciones y tienen las llaves para abrir cada cerradura en los congresos y tribunales, algo que quizá no se daba desde los tiempos de López Portillo y Carter, si es que una analogía así hace sentido. Los mercados se alegraron también, en vez de desbarrancarse como aventuraban quienes pintaban infortunios de combinarse los dos factores del martes, les hicieron una caravana a los vencedores. El dólar interbancario cerró en un victorioso 20.16. Lo dicho, si ya habíamos vivido un Armagedón triunfante de Trump y aquí estábamos, ¿por qué ahora íbamos a dejar de estar? De ahí que otras expresiones de ayer de la Presidenta deban ser escuchadas como un timbre de realidad, al menos por hoy. Por ejemplo: la relación con el nuevo gobierno de Estados Unidos será buena. Por ejemplo: México siempre sale adelante.