El mensaje del martes de Omar García Harfuch fue diáfano: nosotros sí estamos actuando. El gabinete de Seguridad reportó “acciones relevantes” del día anterior: detenciones, resguardos de armas y drogas en Ciudad de México, Guerrero, Jalisco, Nuevo León, Sonora, Sinaloa, Tamaulipas, Tlaxcala y Zacatecas, erradicación de plantíos en tres entidades y golpes al huachicol en cuatro. Una señal enviada horas antes de que los diputados discutieran y votaran por unanimidad, con el sí de la oposición, reformar lo necesario para que Omar opere la Secretaría que imaginó y diseñó: su policía hará investigación procesal, conducirá el Sistema Nacional de Inteligencia en materia de seguridad pública, coordinará estrategias y desempeños en el gobierno federal y con los estatales y municipales, y auditará el dinero y recursos que lleguen a los estados y municipios. Es un triunfo contundente. Omar trabajó duro en ello. Cabe, pues, abrigar la idea de que México, por fin, podría emprender con lógica, método y voluntad la pesadísima marcha a contracorriente para tratar de dejar atrás la infame e injusta tragedia de violencia y horror. Para tratar de darle tranquilidad y paz a los mexicanos. Esa sí que sería una transformación. Virtuosa.