Cuando todo mundo esperaba el arribo de un gobierno con sello de matriarcado, en los hechos vimos la extensión de un patriarcado que rinde culto a la personalidad del caudillo que no suelta las riendas del poder.
El patriarca no termina de irse y la matriarca nomás no llega.
Aquí aplica a la perfección una añeja frase relacionada con el poder: “La crisis se produce cuando lo viejo no acaba de morir y cuando lo nuevo no acaba de nacer.”
Lo clásico volvió a cobrar vigencia.
Y si en el discurso presidencial la fallida matriarca se desvivió en loas para su antecesor, en los hechos fue blanco de críticas al besar la mano de un político con fama de gángster electoral, inclinada, como en señal de reverencia, desde la tribuna de San Lázaro.
Así no puede funcionar un matriarcado.
Lástima por las mujeres que ilusamente pensaron que habían llegado a la cima del poder, acompañando a la primera mujer presidenta de México.
Ni modo: México está en crisis porque lo nuevo no acaba de nacer.
Y lo viejo no acaba de morir.
Son las mismas formas del sexenio pasado.
Y lo más preocupante: La economía, como en 1994, está prendida con alfileres.
Ojalá y hoy se imponga la inteligencia a la ideología y no vivamos otra crisis de las dimensiones registradas con el error de diciembre.
Sin importar que el poder esté en manos de un hombre o una mujer.