El político vive de y para la política. Y regularmente vive bien. El ciudadano común, en cambio, experimenta una calidad de vida de acuerdo a sus ingresos y la estabilidad de su empleo. En esa diferencia se deberían enfocar todas las personas que se sienten seducidas por el poder para ir a una falsa guerra para cambiar a México o continuar con el actual modelo de desarrollo al que llaman transformador.
¿Cuántas vidas ha transformado este modelo?
Obviamente que la de esos políticos que viven de y para la política.
La de los ciudadanos comunes, difícilmente. A menos de que estén cerca de los círculos de poder.
Así ha sido siempre.
Y así será por muchos años más.
Esté quién esté en el poder.
Al menos hasta que venga una verdadera revolución pacífica que cambie el actual sistema de partidos.
Lo cual difícilmente ocurrirá en el corto y mediano plazo.
Porque ningún político se hará un doloroso harakiri, ritual de suicidio japonés que consiste en abrirse el vientre.
Esta práctica se hacía por honor.
¿La clase política tiene honor?
Su opinión, caro lector, es lo que cuenta.
Actualmente la falsa guerra que vive México se orienta al Poder Judicial, concretamente a los ministros de la Suprema Corte de Justicia. El gobernante en turno lucha por disolverla y sus adversarios por defenderla.
Cada bando defiende sus intereses.
Aquí no hay liberales y conservadores.
Hay intereses de todo tipo, incluyendo, claro, el económico.
El dinero es el gran motor que mueve a la política.
En la cargada oficial los gobernadores respaldan al caudillo y se suman a la visión de su jefe de que los ministros deben ser elegidos por el voto popular.
¿El gobernador de Sonora, Alfonso Durazo, tomó el pulso de sus gobernados para sumarse a esta iniciativa?
Obviamente que no.
El pueblo es menor de edad y el gobernante está obligado a tomar las decisiones que corresponde a un adulto.
Hasta que venga un referéndum en el que la ciudadanía vote si desea seguir siendo considerada como menor de edad y sin la inteligencia suficiente para decidir el futuro de su Estado.
Lo cual, también, sería sumamente difícil.
En síntesis, el pueblo seguirá igual de jodido.
Y el político viviendo bien a costillas del pueblo ignorante.
La nobleza política seguirá ignorando a los plebeyos.
Hasta que venga una versión mejorada de la lucha de castas.
Mientras, el pueblo jodido debería reflexionar sobre su rol en esta telenovela chafa de la falsa guerra. Y dejar que el político vaya solo a la guerra. Así aprenderá varios conceptos de vida, sobre todo el de la representación popular, la lealtad y el honor.