De los cambios constitucionales que se vislumbran en cuanto el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación le de luz verde a la tristemente célebre sobrerrepresentación de la coalición oficialista en el Congreso, los más desafortunados son los de la reforma judicial, con repercusiones negativas de todo tipo, nacionales e internacionales, políticas, jurídicas y económicas, y la desaparición de organismos autónomos como el Inai, el de telecomunicaciones y el de regulación energética, que no sólo dejarán en manos discrecionales de funcionarios del gobierno la regulación de áreas estratégicas, sino que también estarán violando las normas firmadas en el T-MEC, que establece la necesidad de la existencia de organismos autónomos de regulación en ciertas áreas, como las telecomunicaciones y la energía.
De todo ese paquete, del llamado plan C, hay una medida que sí se debe implementar: la incorporación de la Guardia Nacional en la Defensa. Las dos últimas semanas estuve recorriendo el país y hablando con funcionarios de la Guardia Nacional para ver su labor y eso ha fortalecido la opinión, que ya tenía, de lo imprescindible de esa decisión.
Lo hecho en la Guardia Nacional es notable. Hoy tiene 130 mil elementos (y llegará a 180 mil), casi 600 cuarteles e instalaciones, miles de vehículos, aviones, helicópteros, esquemas de ciberseguridad, operación e inteligencia, todo un andamiaje que costó enormes esfuerzos humanos y materiales en los últimos cinco años, desde que fue creada y se integró básicamente por elementos provenientes del Ejército y en menor medida de la Marina y de quienes decidieron integrarse de la extinta Policía Federal. La PF, que debería haber tenido mucho mejor tratado desde el gobierno federal, nunca tuvo más de 30 mil elementos, algunos altamente capacitados y otros de menor nivel, pero jamás alcanzó esa infraestructura y despliegue.
Tampoco se trata de un proceso concluido. La Guardia Nacional es una institución en proceso de creación, no es una obra terminada. Pero es la institución de seguridad más importante del país, con un índice de aceptación ciudadana de 76 por ciento. La Guardia Nacional tampoco es una estrategia de seguridad: es una institución, un instrumento imprescindible para cualquier estrategia que quiera ser exitosa. La estrategia de seguridad no ha funcionado y habrá cambios importantes, en muchos casos de 180 grados, durante la administración Sheinbaum. Pero cualquier cambio en la estrategia requiere la presencia de la única institución de seguridad pública federal existente en el país. Y no nos engañemos: los mandos altos, medios, la mayoría de los elementos de la Guardia Nacional provienen del Ejército mexicano, tendrán que irse formando y creciendo en su nueva visión y responsabilidad, pero no hay simplemente con quiénes reemplazarlos si se decidiera que regresaran a sus labores en las Fuerzas Armadas.
No se trata de militarizar la vida pública. Muchas de las policías de las democracias del mundo tienen fuerzas de seguridad pública que están militarizadas y son parte de sus áreas de Defensa: los carabineros italianos (quizás el modelo más cercano a nuestra GN), la gendarmería francesa, la guardia civil española, los carabineros chilenos, la gendarmería argentina, la policía nacional colombiana, y muchas otras, son fuerzas de seguridad pública que forman parte de sus secretarías de Defensa.
Pero hay una diferencia: los carabineros italianos tienen 210 años de antigüedad, la Guardia Civil española un siglo y medio, todas las citadas tienen más de cien años funcionando más allá de las vicisitudes políticas, algunas catastróficas, que han vivido esos países. La Guardia Nacional tiene cinco años, debe consolidarse y se debe terminar de establecer legalmente su relación con la Defensa, de allí provienen sus integrantes, sus policías, sus mandos medios y altos. Acaba de graduarse la primera generación de oficiales de la Guardia Nacional formados específicamente en la Defensa con una visión policial. Eso hacen todas esas naciones de las que hablábamos, la diferencia es que tienen decenas de generaciones formadas y nosotros apenas estamos empezando. No se puede reinventar el país y sus instituciones cada seis años.
Una clave en el futuro serán las 32 comandancias regionales de la GN instaladas en cada estado, homologadas con sus instancias federales, coordinadas con zonas y regiones militares. A eso se sumarán las policías locales que tendrán que reinventarse y la creación de áreas de investigación, inteligencia y operación en la seguridad pública federal que complementarán, ésa es la idea, el cuadro de la seguridad. Paradójicamente, la actual reforma judicial, en lugar de fortalecer, debilita este esquema, porque en lugar de cerrar el círculo, lo detona.
No se puede comprender el futuro de la seguridad sin las divisiones científicas, desde la ciberseguridad hasta la inteligencia, desde los mecanismos forenses hasta las innovaciones tecnológicas. Ésa es la gran apuesta de presente y futuro de la seguridad.
Claro que falta mucho por hacer, pero si queremos que la GN siga creciendo y consolidándose se debe establecer legalmente su integración en la Defensa Nacional. Pero lo más importante es que, con esa consolidación, se logre lo que no hemos tenido en los últimos gobiernos, incluyendo el actual: la confianza plena de la sociedad en sus policías, en sus guardias, en sus instituciones de seguridad. Esta historia de la Guardia Nacional no se cierra con un sexenio, apenas debería comenzar a escribirse.