Hay noticias que no sólo informan: despiertan memoria, emoción y expectativa. La misión Artemis II pertenece a esa rara estirpe. Cuando la nave Orión emprenda su viaje alrededor de la Luna —dentro de unas cuantas semanas o en pocos meses, y tan pronto como el 5 de febrero de 2026—, lo hará con una carga simbólica que va mucho más allá de sus sistemas de navegación o de la potencia del cohete que la impulsará. Será la primera órbita lunar de una nave tripulada en más de medio siglo, un hecho que conecta de manera directa con la época en que la humanidad aprendió, por primera vez, a salir de su cuna planetaria.
La tripulación que llevará esa promesa está compuesta por Reid Wiseman, comandante de la misión; Victor J. Glover, piloto; Christina Koch, especialista de misión, y Jeremy Hansen, astronauta canadiense y también especialista de misión. Cuatro personas, con trayectorias profesionales distintas, unidas por un mismo objetivo: probar, en condiciones reales, que el ser humano está listo para volver a aventurarse en el espacio profundo. No descenderán a la superficie lunar; no plantarán banderas ni recolectarán rocas. Su misión de diez días es, justamente por eso, fundamental: demostrar que el camino está despejado para regresar a la Luna.
Artemis II es un viaje de preparación, una etapa imprescindible antes del alunizaje que vendrá después. En ella se pondrán a prueba los sistemas de soporte vital, las comunicaciones a gran distancia, los procedimientos de emergencia y la convivencia humana en un entorno que no perdona errores. Todo esto ocurrirá a bordo de Orión, la nave más avanzada que ha construido la NASA para vuelos tripulados más allá de la órbita terrestre baja. No se trata de una cápsula pensada para excursiones cortas: es un vehículo diseñado para resistir el calor extremo del reingreso, proteger a su tripulación de la radiación y operar durante días en el espacio profundo.
El impulso inicial lo proporcionará el Space Launch System, el cohete más potente en servicio en la actualidad. El SLS es, en muchos sentidos, heredero de los gigantes del pasado —como el Saturno V, del programa Apolo—, pero también un producto de su tiempo: combina décadas de experiencia con tecnologías modernas, y simboliza la decisión política y científica de volver a apostar por la exploración humana. No se trata sólo de llegar lejos, sino de hacerlo con seguridad, repetibilidad y visión de largo plazo.
Para entender la magnitud de Artemis II conviene mirar hacia atrás. El programa Apolo no fue sólo una hazaña técnica; fue una demostración de lo que la humanidad puede lograr cuando decide apostar por la ciencia y la cooperación interdisciplinaria. Entre 1969 y 1972, las misiones Apolo llevaron a 12 seres humanos a caminar sobre la superficie lunar. Aquellos viajes produjeron una revolución en nuestro conocimiento del origen de la Luna, de la historia temprana del sistema solar y de los procesos geológicos que moldean los planetas.
Las muestras traídas por los astronautas del Apolo permitieron establecer que la Luna y la Tierra están íntimamente relacionadas, probablemente como resultado de un gran impacto en los albores del sistema solar. Se refinaron métodos de datación, se desarrollaron instrumentos científicos cada vez más precisos y se fortaleció la geología planetaria como disciplina. Además, muchas de las tecnologías que hoy forman parte de la vida cotidiana —desde materiales resistentes al calor hasta sistemas de miniaturización electrónica, pasando por avances en telecomunicaciones y gestión de proyectos complejos— tuvieron su impulso decisivo en aquella aventura lunar.
Quienes vivimos como niños aquellos alunizajes recordamos con nitidez el momento en que el mundo parecía detenerse para mirar una pantalla en blanco y negro. Recordamos la voz entrecortada por la distancia, el polvo levantándose bajo las botas, la certeza de estar presenciando algo irrepetible. Artemis II promete traer de vuelta ese cosquilleo, esa sensación de que la humanidad, a pesar de sus conflictos y limitaciones, es capaz de hacer cosas extraordinarias cuando se lo propone. Para muchos, será un viaje a la memoria; para otros, la primera vez que la Luna deje de ser sólo una imagen y vuelva a convertirse en destino.