Tarde parece haber llegado el gobierno mexicano a la misión de tratar de mediar en la crisis venezolana. Año y medio después de hacer como si el conflicto en aquel país no existiera, la presidenta Sheinbaum dijo ayer ante las amenazantes palabras de Trump y el despliegue de Washington: “Si nosotros podemos estar como un punto de negociación, de reunión, si así lo consideran las partes, las partes tendrían que proponerlo”.
Nadie le preguntó a qué partes se refería. Si pensaba sólo en Trump y Maduro, o si en las “partes” incluía a la resistencia cívica y política que ha sobrevivido sin marchitarse a la intolerancia y brutalidad del régimen bolivariano.
Una mesa de cuatro, quizá con María Corina Machado y su gente, a quienes Sheinbaum prefirió invisibilizar con su triste expresión “sin comentarios”. Como sea, el gobierno mexicano ha levantado la mano en plena escalada militar para ayudar a buscar una salida al problema que no existiría si, como lo saben en Palacio Nacional, Maduro hubiese aceptado su derrota electoral en julio de 2024.
Tarde, pero sería extraordinario —si así lo consideran las partes— que el supuesto prestigio internacional mexicano sirviera para llevar paz, estabilidad y futuro a Venezuela. Eso implicaría, obligadamente, liberar gente presa en las mazmorras maduristas y levantar el acta de defunción de la dictadura.