Ella —Ernestina— ahora asegura que bajo su mando no se fabricarán culpables. Qué elegante. Qué acto de prestidigitación moral. Resulta casi conmovedor, si no supiéramos que la credibilidad de ese nombre ya fue quebrada. Porque un nombre bonito no limpia un pasado sucio.
No hablamos de rumores: hablamos de casos públicos. Por ejemplo de aquel que sufrió Alejandra Cuevas (y su madre). Detenidas pese a amparo, acusadas de un homicidio que —según la propia fiscalía de la CDMX que dirigía Godoy— aceptaba como plausible, aun cuando en dos ocasiones previas los ministerios públicos habían dictaminado no ejercer acción penal. Fue en 2020 cuando se ejecutó la orden de aprehensión.
Pero la farsa duró poco: un tribunal, luego la Suprema Corte de la Nación. La SCJN dispuso su liberación y dejó en claro que la evidencia era endeble, insuficiente y que existían “indicios de fabricación” de la acusación. Nada suave. Una acusación sostenida en la tentación del escándalo, no en hechos.
Y si creen que fue un error aislado: piensen en Rosario Robles. Según documentos y admitido oficialmente por la fiscalía capitalina años después, esa supuesta “licencia de conducir” que sirvió como prueba para encarcelarla… era falsa. Una falsificación. La defensa lo advirtió desde el inicio, y la fiscalía tardó años en admitirlo, cuando ya la condena había hecho su daño. Eso no es “error judicial”. Es —simplemente— abuso de poder y uso faccioso del sistema.
Pero la lista de sombras no termina ahí. Durante su gestión en la CDMX, bajo su mando se cerraron o diluyeron investigaciones de tragedias emblemáticas: desde las denuncias derivadas del colapso de la Línea 12 del Metro de la Ciudad de México —donde centenares resultaron heridos y decenas murieron— hasta casos de negligencia en accidentes de tránsito ferroviarios.
Familias arruinadas, víctimas que exigían justicia, voces que pedían respuestas. Y una fiscalía que negociaba acuerdos de reparación, echaba mano de peritajes “convenientes”, ignoraba denuncias, archivaba responsabilidades.
¿Imparcialidad? ¿Autonomía?
Imaginemos eso: una fiscal que, tras acumular casos de detenciones arbitrarias, de pruebas falsas, de impunidad en tragedias graves, ahora nos pide que confiemos en su “visión profesional”.
¿Qué hará Ernestina para combatir la impunidad? Nada. Las carpetas contra La Barredora, Adán Augusto, sobrinos de Ojeda Durán, amigos de Andy… seguirán ahí. La Fiscalía seguirá siendo brazo, puño, sombra y correa del poder. Ni autónoma ni independiente. Solo un juguete elegante del poder político.
Y vaya que el espectáculo legislativo fue digno de un drama de opereta: el Senado la ratifica como fiscal general de la República. Los votos bailan: mayoría oficialista, el acompañamiento de algunos opositores. Se corona una carrera marcada por escándalos, señalamientos y, en múltiples casos, decisiones que terminaron en absoluciones, renuncias forzadas o admisiones de falsedad.
Entonces ella levanta la mano, toma el cargo y pronuncia frases que suenan bonitas: “no fabricaremos culpables”, “no habrá impunidad ni persecución política”. Sí: las mismas sílabas que expiraron en el aire cada vez que una familia quedó marcada, una víctima fue ignorada, un expediente se diluyó.
No nos pidan fe. Hay demasiada memoria. Porque la fiscal no llega limpia de culpas, sino con el recuerdo vivo de expedientes maltrechos, de vidas destruidas por acusaciones injustas, de impunidades que todavía sangran.
Ernestina tiene nombre de promesa, pero su legado huele a farsa. A trámites acelerados, a justicia negociada, a omisiones elegantes, a impunidad con moño.
Y mientras ellos juegan al poder, nosotros seguimos pagando: con víctimas sin justicia, con feroces criminales libres; con la certeza de que en este país una fiscalía sigue siendo un garrote con licencia.
Giro de la Perinola
(1) Quien hace unos años protestaba una Fiscalía usada para “reabrir sin sentido expedientes de hace 30 años por caprichos políticos” —ese discurso de decoro legal, digno de aplauso— votó sin vacilar por quien lleva en su expediente señalamientos de fabricar delitos, de proteger impunidad, de cerrar casos y de dejar cadáveres —jurídicos— en el camino. Saquen sus conclusiones.
(2) La perinola giró. Y en la mesa quedó marcado: “el nombre elegante ya no convence”. Lo que importa —como siempre— es quién mueve las fichas.
