¿Cuál es el pretexto ahora? Con trece personas muertas, 95 heridas y un segundo descarrilamiento en menos de un mes, ¿habrá alguien capaz de admitir en la 4T que algo está mal hecho? No mal comunicado. No mal entendido. MAL HECHO.
Resuena todavía aquella frase grabada en una llamada filtrada —dicha con ligereza, casi con burla—: “ya cuando se descarrile el tren, es otro pedo”. Bueno, pues hoy ese “otro pedo” tiene nombres, familias, cuerpos heridos y vidas truncadas. Tiene 241 pasajeros que confiaron su seguridad a una obra pública presentada como emblema de transformación y que terminó convertida en riesgo.
La pregunta no es técnica, es política: ¿alguien asumirá responsabilidad? Porque el guion ya lo conocemos. Se culpará a quien informa, a la oposición, al “uso político de la tragedia”. Se acusará a otros de lucrar con el dolor, mientras se hace exactamente eso: administrar la tragedia como problema de comunicación.
Como suele ocurrir, aparecerán malabares retóricos para defender lo indefendible. Que si fue un “evento ferroviario”. Que si la expresión correcta no es descarrilamiento. Que si no hay que exagerar. El lenguaje como escudo. La semántica como coartada. Pero el tren se salió de las vías y hay muertos. Lo demás es maquillaje.
¿Se investigará a quienes vendieron materiales? ¿A quienes diseñaron las vías? ¿A quienes aprobaron planos, presupuestos, contratos y sobrecostos? ¿A quienes supervisaron? ¿A quienes decidieron acelerar obras sin condiciones técnicas suficientes? ¿Existen realmente esos planos, esas evaluaciones, esos dictámenes? ¿O también forman parte del expediente invisible?
¿Alguien recordará que el proyecto tuvo responsables políticos concretos, nombrados desde la más alta jerarquía? ¿Que hubo funcionarios directamente encargados de su conducción? ¿O también eso quedará diluido en el anonimato administrativo? Lo previsible es que nadie tenga culpa. Que la culpa sea del maquinista, del clima, del destino o del mensajero.
Ni siquiera faltaron advertencias externas. Especialistas internacionales en sistemas ferroviarios señalaron desde el año 2023 que operar trenes modernos sobre infraestructura deficiente, sin señalización adecuada y compartiendo vías con carga pesada, era una receta para el desastre. No fue un rayo en cielo despejado. Fue un riesgo anunciado.
Pero en este modelo de poder, la advertencia técnica estorba. La crítica se vuelve sospechosa. El conocimiento especializado es tratado como adversario. Importa más sostener el relato que corregir el error. Y cuando la realidad irrumpe, se intenta domesticar con eufemismos.
La corrupción y la ineptitud no siempre se notan de inmediato. A veces avanzan despacio, cubiertas de propaganda, inauguraciones y discursos. Pero cobran caro. Muy caro. Cobran en vidas. Por eso no es exagerado decir que las fallas estructurales también matan.
Se dirá, como siempre, que en todos los países hay accidentes ferroviarios. Es cierto. Pero no todos tienen tasas de siniestros desproporcionadas ni sistemas improvisados. No todos normalizan el error ni lo convierten en narrativa. No todos los percances sufridos son a los pocos días, semanas, meses de la inauguración. La diferencia no es el accidente: es la respuesta.
Duele, además, escuchar que quienes señalan responsabilidades “quieren que le vaya mal al país”. Es el recurso más viejo: confundir crítica con traición. ¡Pamplinas! Nadie quiere que le vaya mal a México. Precisamente por eso se exige que no se gobierne con ocurrencias, amistades o lealtades personales.
Porque cuando las obras públicas se hacen desde el capricho, el amiguismo o la prisa política, dejan de ser infraestructura y se convierten en trampas. Trampas para usuarios, para trabajadores, para ciudadanos. Trampas financiadas con recursos públicos.
No se trata de boicotear por deporte ni de celebrar desgracias. Se trata de exigir revisiones reales, peritajes independientes, correcciones profundas. Se trata de entender que pedir cuentas no es sabotaje: es responsabilidad cívica.
Lo verdaderamente ofensivo no es la crítica, sino la RISA previa. La ligereza con la que se habló del descarrilamiento antes de que ocurriera. La soberbia que creyó que nada pasaría. Hoy sí pasó. Y costó vidas.
Llamemos las cosas por su nombre: fue un descarrilamiento. Hubo muertos, hubo heridos, hubo negligencia. Y quienes se enriquecieron o ganaron poder con una obra mal hecha no pueden esconderse detrás del lenguaje ni del silencio.
Porque el verdadero “pedo” no es que se critique. El verdadero escándalo es que, aun después de esto, todo indique que el gobierno de la 4T no hará nada.