Columna invitada

Hijo de papi…

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  • Esto es, si pensabas que la austeridad era para todos, piénsalo otra vez. Para los votantes, sí: austeridad. Para los de cartera ultraligera y discurso moralista, no tanto. Y para los hijos de papi político, la austeridad es un término que suena más a playlist de hipsters que a realidad. Porque mientras el pueblo peleó por cancelar la primera clase en aviones oficiales, los potentados de la Cuarta Transformación, esos que nunca han trabajado en su vida —lo que se dice trabajar de verdad—, andan de compras en Hermès y Loro Piana sin pestañear.

    Resulta que la austeridad republicana, ese mantra trillado como himno patriótico, tiene efectos secundarios: dejar un buen saldo en tiendas de lujo. ¿No lo crees? Las imágenes son claras: el hijo mayor de un expresidente de México sale de la boutique italiana Loro Piana en Houston con bolsas de compras de esa casa y de Hermès en mano, como si fuera a recoger pedidos para la nobleza europea.

    Es el ironicísimo cameo navideño que ni el mejor guionista de sátira política podría inventar: austeridad para el pueblo, Hermès para los de casa. Esto no es contracción, es contradicción con esteroides.



    Mientras López Obrador proclamaba que el erario tenía que ser cuidado como reliquia sagrada, su primogénito se dedica a pasear saqueándolo por los pasillos del lujo silencioso, donde un suéter puede costar más que la gratificación anual de un trabajador promedio.

    Obvio, la escena generó viralización inmediata en y demás redes sociales: “Aquí @JRLB saliendo de Loro Piana… ¡Feliz Navidad, baquetón!”, decían los tuits, la respuesta festiva al discurso de sobriedad republicana.

    Recordemos: fue precisamente una marca como Loro Piana, símbolo de ese llamado quiet luxury —lujo tan exclusivo que ni siquiera ostenta logos– la que lo puso en tendencia, y junto a ella, la tradicional Hermès, emblema de élites desde que los aristócratas franceses aún pensaban que la guillotina era decoración.



    Y para aquellos defensores que gritan desde el fondo de la tribuna: “Pero no es funcionario, es libre de gastar lo que quiera”, la respuesta es simple: ¿y de dónde salió tanto para gastar? Porque, como querías, ya circulan en redes recuerdos de cómo anteriormente su hermano Andy fue captado en tiendas de Prada en Japón, otro episodio que volvió a hacer crujir las teclas de la indignación digital.

    Socialistas de caviar con tarjetas de crédito Platinum. Esa es la clase política 4T: se demoniza al imperio, se critica el consumismo, se enarbola el puño contra las “superficies de lujo yanqui…”, y luego se compran bufandas de cachemira de decenas de miles de pesos en Houston. Como si pronunciar discursos contra el capitalismo voraz fuera incoherente, pero comprar las versiones más exclusivas de ese capitalismo con dinero que mágicamente aparece no lo fuera.

    La ironía es taurina: se arremete contra las élites por aspirar a mejores niveles de vida, pero los mismos que arremeten terminan usando las etiquetas más caras para justificar su estatus. Sí, esos que exigen puritanismo para el pueblo, sacan su tarjeta de crédito sin rubor (¿o será que ellos sí traen cash y pagan en efectivo?), y celebran un botín navideño que haría sonrojar a cualquier jeque petrolero.



    La narrativa oficial —o la versión que se intenta vender en redes cada vez que hay polémica— insiste en que todo es producto de “trabajo honesto” y que no hay conflicto de interés ni cuentas offshore. Qué conveniente: trabajo honesto con accesorios que hablan de un nivel de consumo que nadie con un salario promedio puede ni soñar.

    Así que el imperio contraataca… en tiendas de lujo. Y aquí viene lo más jugoso: la incongruencia ideológica. El mismo joven que se quejó de que quitaron estatuas del Che Guevara y de Fidel Castro —ídolos del antiimperialismo— adooora comprar exactamente en el corazón del capitalismo que esos símbolos criticaban. Es decir: antiimperialista de discurso, pro-vestimenta francesa e italiana de ultra lujo de acción. Un performance digno de museo posmoderno.

    Mientras tanto, entre memes y comentarios afilados, algunos usuarios en resaltan la ironía con humor ácido, describiendo bolsas de lujo como insignias navideñas del nuevo poder: “¿Eso es austeridad o la cartita a Santa de los potentados?”.



    El shopping en tiempos de la 4T no son simples bolsas llenas de mercancía: son balones de oxígeno para la hipocresía pública. Llenas por fuera, vacías por dentro de coherencia.

    Giro de la Perinola

    ¿Cuántos hijos de papi —de esos que no tienen que rendir cuentas por su vida económica— siguen viviendo en la 4t como si el discurso de austeridad jamás hubiera existido?. ¿Cuántos integrantes del entorno político repiten en público el credo de la sobriedad mientras su clóset de invierno sería la envidia de cualquier aristócrata europeo?.

    Porque, al final, la historia no es sobre si alguien puede gastar su dinero libremente. La historia es quién obtuvo ese dinero, bajo qué condiciones, y cómo se justifica socialmente ese lujo mientras se exige austeridad para el resto. Ese contraste revela algo más profundo: no se trata de valores, se trata de estatus. No de austeridad, sino de privilegio.



    Y como decía la frase latina con la que abrimos esta columna: el mundo quiere ser engañado, de ahí que se le engañe. ¡Y vaya que aquí hay engaño digno de película navideña!

    Verónica Malo Guzmán

    Verónica Malo Guzmán es politóloga, consultora política y columnista de opinión. Miembro de International Women’s Forum, destaca por su análisis crítico y su experiencia en temas de política y sociedad.

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