El 2026 será inequívocamente el año del deslinde del gobierno federal actual con la administración anterior. No porque se produzca una ruptura de la presidenta Claudia Sheinbaum con el presidente AMLO al estilo de otras sucesiones presidenciales, donde incluso en venganza los mandatarios en turno encarcelaban a personajes del sexenio previo como escarmiento.
Los gobernadores morenistas alistan a sus sucesores pero tendrán que ser palomeados por la propia Presidenta quien desde que llegó a Palacio Nacional impuso vetos para evitar que parientes releven en cargos (Félix Salgado en Guerrero o Saúl Monreal en Zacatecas, por ejemplo) a la vez que advierte sobre la necesidad de mantener la unidad de las fuerzas coaligadas que configuran la denominada 4T.
Los mandatarios estatales morenistas salientes fueron heraldos de AMLO, personajes clave en la campaña presidencial de 2018 y no se equivocaron en identificarse plenamente con el entonces Presidente. Varios de ellos cierran su encargo con demasiados pesares y casi rogando que se anticipe el fin de su mandato y sus debilitadas gestiones ponen en riesgo incluso la retención morenista de las gubernaturas. En la mayoría de los casos, su fuerza para definir sucesor se encuentra menguada.
En los perfiles de las candidatas y candidatos estará el sello. O son personajes que transitan de manera natural como fieles a la Presidenta o son aspirantes que resultan de una lucha interna encarnando representación de capillas.
Y en el camino amenazan las rupturas tanto entre morenistas como con los partidos coaligados, el PT y el Verde.
Dos factores ponen en tensión esa coalición: el empecinamiento del Partido Verde por defender sus parcelas en San Luis Potosí y Quintana Roo y la definición de la reforma electoral donde probablemente acorten financiamiento a partidos y las representaciones de minoría establecidas en la ley vigente lo que resisten los dos partidos aliados a Morena.
Los otros deslindes tendrán que ver con varias de las políticas heredadas que han tratado de enmendarse sin buenos resultados. Una de ellas se refiere a la estrategia en materia de salud donde tanto en la infraestructura pública como en el abasto de medicamentos se han topado con problemas profundos de difícil solución.
En materia educativa el rezago es evidente. Se trastocó el acuerdo con la CNTE que ha encarecido sus chantajes y se ha estancado la tarea pedagógica con la tranca puesta por ultras y la impericia de los nuevos funcionarios a quienes les ha quedado grande el cargo.
El 2025 fue un año que colocó en charola la oportunidad de hacer un ajuste importante con las corruptelas del sexenio anterior, con las formas de gobierno, con las chapuzas y las improvisaciones heredadas. Hubo medidas, indagatorias, manotazos pero la Presidenta y su equipo quitaron el pie del acelerador.
El remecimiento del morenismo desequilibró y dejó pendientes. Al final, los representantes de grupos y tendencias fortalecieron sus feudos a la vez que fracturaron y alejaron su distancia.
Las diferencias en Morena entre Luisa María Alcalde y Andrés Manuel López Beltrán son inocultables y con ellas juegan los distintos factores del morenismo.
La desigualdad de compromiso y trabajo entre secretarios y funcionarios del gabinete federal acelera tensiones y conflictos. Pudo haber sido mayor el desencuentro. El problema es la falta de resultados en varias de las áreas de gobierno.
El deslinde vendrá porque se conduce o porque se sufre. Porque se elige o porque se obliga. Viene un año crítico, de quiebre.