¿Cuál era el problema de hacer una encuesta nacional sobre adicciones? ¿De, en el peor de los casos, reconocer un discreto aumento en el consumo de drogas y alcohol entre 2016 y 2024? Lo cierto es que el gobierno de López Obrador no pudo terminarla y que, en febrero, el nuevo secretario de Salud, David Kershenobich, hizo saber que el trabajo del gobierno anterior estuvo mal hecho y se comprometió a enmendarlo y presentarlo antes de que acabara el año. No deja de ser raro que la Encuesta Nacional de Consumo de Drogas, Alcohol y Tabaco se haya presentado un 23 de diciembre, pero ahí está, al fin. Como cabía esperar, los resultados difícilmente sorprenderían al alza o a la baja. Hubo un tenue aumento en una década en el consumo de drogas ilegales (de 9.9% a 13.1%), ligera baja en alcohol y reducción en consumo excesivo de alcohol; aparición no alarmante de opioides, etcétera. Y, aunque habrá que conocer el análisis de los especialistas, las cosas pintan para que la presidenta Sheinbaum vocifere, ahora con base estadística, que no somos como Estados Unidos, que no tenemos esa plaga social ni moral, que somos un país de valores familiares. ¿Cuál era, pues, el problema de hacer un trabajo que no podría arrojar cifras desastrosas para el gobierno de los inagotables spots contra las drogas?
Columna invitada