Columna invitada

Una conjura, como en el 68

Dirán que no es lo mismo y es verdad. Puede ser que la historia no se repita, pero, como decía Mark Twain, a menudo rima. En la mañanera de ayer, la presidenta Sheinbaum volvió a desconcertar diciéndose víctima de la marcha del sábado y argumentando una conjura, un complot (dirían en Palenque), de alcances internacionales, en la que intervinieron medios, periodistas, empresarios y redes. Ni Salinas ante el levantamiento zapatista ni Peña Nieto con la crisis de Ayotzinapa habían invocado una conjura internacional.

Que el último presidente que se haya manifestado de esta forma, que haya invocado una conjura internacional para explicar una manifestación en su contra y la consiguiente represión, haya sido, toda proporción guardada, Gustavo Díaz Ordaz, debería ser para preocuparse seriamente y mucho más cuando estamos a escasos siete meses de la justa mundialista y distintos grupos, tanto en la manifestación del sábado, pero en forma mucho más notable incluso aliados de Morena, como la CNTE, dicen que podrían boicotear el Mundial.

La del sábado no fue la marcha más numerosa, más grande que hayamos visto en la Ciudad de México, aunque tuvo muchos miles de participantes, pero no recuerdo desde hace décadas que una movilización opositora haya sufrido una emboscada gubernamental, una represión preparada de antemano como la del sábado.



Ayer la presidenta Sheinbaum desaprovechó, una vez más, la oportunidad de mostrar empatía con los hombres y mujeres, la mayoría jóvenes, que sufrieron la represión y que demandaban algo que es común a todos: la exigencia de justicia, seguridad y un alto a la corrupción. Hubo violencia en la marcha, pero no fue provocada por los manifestantes, sino por los grupos de reventadores profesionales, ligados a Morena desde hace años, controlados, se dice, por Martí Batres, y que ocupan, por ejemplo, el auditorio que designaron como Che Guevara (su nombre real, cuando era parte de la comunidad universitaria, era y debería seguir siendo Justo Sierra) desde los años 90 en Ciudad Universitaria, sin que nadie los moleste.

Como no los han molestado desde que en 2012 hicieron sus primeras apariciones como Bloque Negro, casualmente al mismo tiempo que la de los alumnos de Ayotzinapa. Los del Bloque, con motivo de la toma de posesión de Peña Nieto, los segundos, semanas después, en una escalada de violencia que comenzó con la muerte de dos estudiantes y un empleado de gasolinería en 2013 en la autopista del Sol, cerca de Chilpancingo.

Desde entonces, ambos grupos han sido cada vez más violentos y jamás fueron reprimidos. Los ejemplos más recientes fueron los de Ayotzinapa, que atacaron el Campo Militar Número Uno, en septiembre pasado, y los del Bloque Negro, en la marcha del 2 de octubre, que golpearon con saña a los policías y saquearon tiendas y negocios, incluyendo varias joyerías del Centro Histórico.



El sábado, los del Bloque Negro llegaron antes que el grueso de los manifestantes al Zócalo y comenzaron la agresión. Hay videos que mostrarían, no puedo confirmarlo, que no saltaron las vallas que protegen Palacio Nacional, sino que salieron detrás de ellas. Puede ser, pero lo cierto es que la policía capitalina comenzó una represión como no habíamos visto antes, no contra los del Bloque Negro, que pronto se fueron, sino contra los manifestantes. La consigna era que los manifestantes no pudieran tomar el Zócalo. Vimos escenas que no habíamos apreciado en décadas. Y terminó con la detención de 50 jóvenes a los que la fiscalía capitalina, que nunca había actuado en contra del Bloque Negro o Ayotzinapa, pide que sean acusados de intento de homicidio.

Muchas veces hemos criticado que no se actúe contra los del Bloque Negro o Ayotzinapa o contra quien ejerza la violencia en las marchas, pero aquí la represión se terminó ejerciendo contra los manifestantes pacíficos, no contra los provocadores.

Y la Presidenta en la mañanera se presenta como una víctima, como si la marcha estuviera desafiando su sexenio y exclama que todo esto “la hace más fuerte”, como si se tratara de ver quién es más poderoso que la propia Presidencia. Se lanza otra vez contra medios, manifestantes, empresarios y ve, como Díaz Ordaz, una conjura orquestada desde el extranjero detrás de una manifestación opositora que demanda seguridad, justicia, que protesta contra de la corrupción.



Eso es lo que no entienden en Palacio Nacional. Al victimizarse, al desconocer la legitimidad de los manifestantes, al no escuchar a ninguno de sus adversarios, al reprimir a los que no están ejerciendo violencia, sino sólo protestando, polarizan y están llamando al enfrentamiento, a la escalada del conflicto. Una demostración de ello es que se convoque a una nueva marcha el 20 de noviembre, aniversario de la Revolución y cuando se realiza el tradicional desfile cívico-militar. Es un error, pero en una cultura de polarización parece que todo vale.

En el 68, quienes quisieron dialogar, tanto entre los estudiantes como en el gobierno, fueron rebasados por los duros, que terminaron en la guerrilla unos, otros imponiendo la candidatura de Luis Echeverría, y todos culpando al Ejército de una represión que había organizado el propio Echeverría con los integrantes del batallón Olimpia. La historia, insistimos, no se repite, pero a veces rima.

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez es periodista y analista, conductor de Todo Personal en ADN40. Escribe la columna Razones en Excélsior y participa en Confidencial de Heraldo Radio, ofreciendo un enfoque profundo sobre política y seguridad.

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