Con Donald Trump y la guerra en Ucrania pasa lo que pasó con Vicente Fox y Chiapas: el cuento de “lo resuelvo en cinco minutos”. Han pasado años, muertos, ciudades arrasadas… y nada. El reloj del “arreglo inmediato” se convirtió, otra vez, en una eternidad disfrazada de solución exprés. La realidad es tozuda: no hay avance, hay retroceso. Y Putin, lejos de ceder, ahora exige más.
Dice —con su flema de zar de plutonio— que la guerra solo terminará cuando Ucrania retire a su ejército de “los territorios rusos”. No aclara cuáles, porque ni siquiera controla todo lo que afirma que es suyo. Pero ahí está, repitiendo la mentira hasta volverla política de Estado.
Mientras tanto, en Washington se cocina un plan de “paz” que, en su versión original, parecía redactado por el mismísimo Kremlin: ceder Crimea, entregar amplias zonas de Donetsk y Lugansk, congelar la línea del frente en Jersón y Zaporiyia, recortar el ejército ucraniano, renunciar a la OTAN. Y a cambio, el mundo supuestamente celebraría un Nobel de la Paz para Trump. Un Nobel que él quiere más que la estabilidad del continente europeo.
Las primeras filtraciones fueron tan escandalosas que tuvieron que rehacer el documento: 28 puntos reducidos a 19, ajustes cosméticos, frases más suaves… pero la sustancia sigue siendo una: es un acuerdo construido sobre la lógica de la capitulación que ucraniana. Por eso Kiev lo llamó, sin matices, “un plan de rendición”. No necesitan adornarlo: cuando la paz consiste en mutilar tu país, no es paz, es amputación forzada.
Trump juega un doble ajedrez: pretende venderle a su base un acuerdo “histórico”, pero olvida que el 76% de sus propios seguidores está en contra de obligar a Ucrania a entregar territorio. Es decir, su obsesión con quedar bien con Putin lo puede dejar mal parado con los votantes.
Y eso, para un presidente que solo respeta los resultados cuando le favorecen, es un problema. Europa, con su tibieza crónica, observa. La OTAN insiste en que no presionará a Ucrania para rendirse, pero el mensaje es cada vez más frágil. Y en medio del caos político, ese país invadido enfrenta además sus propios escándalos internos: esta semana dimitió el principal negociador ucraniano tras una investigación anticorrupción.
En cualquier otro país sería una señal de salud institucional; en este contexto, es dinamita. Para algunos en Estados Unidos, prueba de que “no se puede seguir enviando dinero”. Para otros, evidencia de que en Ucrania sí se castiga la corrupción —a diferencia de Rusia, donde los corruptos no dimiten: ascienden y permanecen. En ocasiones por décadas.
Pero el argumento central sigue ahí, contundente: lo que pretende Moscú no es una negociación, es la consagración de un despojo. Putin no quiere coexistir: quiere rehacer el mapa europeo a su antojo. Y lo quiere hacer con el mundo mirando hacia otro lado.
Por eso la frase de la primera ministra de Estonia, Kaja Kallas, retumba como advertencia histórica: “En los últimos cien años, Rusia ha atacado a 19 países. Ninguno de ellos atacó primero a Rusia.” ¡Ninguno!
Lo que Trump vende como “pragmatismo” es, en realidad, la aceptación de que un invasor puede quedarse con lo que conquista. Lo que llama “fin inmediato a la guerra” es una pausa que permitiría a Rusia rearmarse para la siguiente ofensiva. Y lo que presenta como “victoria diplomática” es simplemente el entierro del derecho internacional en un ataúd de eufemismos.
Ucrania sabe que una paz así no es paz. Es sobrevivir en un país recortado, mutilado y sometido. Es la advertencia de que mañana tocará otra frontera, otro pueblo, otra soberanía. Es repetir el error histórico: confundir cansancio con capitulación.
Los ucranianos han resistido dos años y medio, varias ofensivas rusas y la indiferencia creciente de un mundo que se acostumbra demasiado rápido al horror.
Han resistido porque saben algo que a muchos en Occidente parece olvidárseles: si Ucrania cae, no será la última nación a la que le ocurrirá.
Y en esa línea, la pregunta es simple: ¿qué paz puede construirse cuando el precio es entregar tu país? ¿Cómo se firma un tratado que empieza con tu renuncia a existir?
Trump puede querer su Nobel, Putin puede querer su imperio… pero Ucrania quiere seguir siendo Ucrania. Y eso —aunque el mundo parezca agotado— sigue siendo lo único que importa. Nada se ha avanzado. Nada se ha aprendido. Estamos en el punto de partida.

Bravo! Vero rxcelente analisis de la invasion rusa a Ukania.