Dos imágenes de ayer terminaron dándole la razón a las protestas mixtas de transportistas y productores agrícolas, quizá las de mayor alcance territorial en la historia contemporánea del país. Una del secretario Omar García Harfuch encabezando una reunión en que el gobierno se comprometió con representantes de cámaras y asociaciones del autotransporte a solucionar los problemas de inseguridad y extorsión oficial que denunciaban el lunes, cuando emprendieron el estrangulamiento de carreteras y caminos. La otra fue del retiro de los últimos camiones que el Frente Nacional de Rescate del Campo Mexicano mantenía en tramos carreteros y aduanas de la frontera norte: los quitaron al convencerse que el acuerdo para modificar la Ley de Aguas contenía, en principio, lo que propusieron. La protesta de noviembre consiguió sus propósitos, triunfó. El gobierno de la presidenta Sheinbaum supo recalibrar el conflicto, enmendar el error del pésimo acercamiento inicial expresado en la Mañanera del lunes, reducir su altivez, escuchar y encontrar acuerdos. Sí había motivos para que los transportistas y agricultores protestaran. Protestas que tenían por objetivo primario sacudir al gobierno. El objetivo era eminentemente político, sí. Y por la vía de la política se apagó la crisis. Por lo pronto, porque esta inconformidad no parece que se extinguirá con mesas, fotografías, diagramas y promesas vacías.
Columna invitada
