No le gustó nada a la presidenta Claudia Sheinbaum que Estados Unidos cancelara todos los vuelos de pasajeros combinados con carga, actuales y futuros, que salieran del aeropuerto “Felipe Ángeles” hacia ese país, y que congelara las rutas similares y su eventual crecimiento de aquellos que partieran del aeropuerto “Benito Juárez”. “México no es piñata de nadie”, dijo esta semana. “A México se le respeta”. La realidad, en los hechos, es que a México no se le respeta.
No fue culpa de ella en su origen, sino de su antecesor, el presidente Andrés Manuel López Obrador, que en este caso, dijo el secretario de Transportes de Estados Unidos, Sean Duffy, violó durante tres años, sin consecuencias, los acuerdos bilaterales de aviación, como también lo fue que al cancelar todos las medidas fitosanitarias en la frontera con Guatemala y Belice, el gusano barrenador, que estaba controlado, llegó a las mesas de los consumidores estadounidenses en la forma de carne, lo cual provocó el cierre de las exportaciones de ganado.
Pero si no fue culpa de la presidenta Sheinbaum, sí es su responsabilidad. No atendió las advertencias que le dieron al gobierno mexicano en los últimos meses, y lo que no hizo “la debilidad” -en palabras de Duffy, del presidente Joe Biden y su antecesor, Pete Buttigieg-, no lo iba a permitir el gobierno de Donald Trump “hasta que México deje de jugar y honre sus compromisos”.
La impunidad en la que vivió López Obrador, desapareció. Sheinbaum no parece entenderlo y cree que el lenguaje diplomático suave y condescendiente hacia ella, es el marco de referencia en el cual se están manejando las relaciones bilaterales. “Hemos logrado un respeto muy grande de distintas instituciones del gobierno de Estados Unidos”, agregó, “incluida la máxima institución, que es la Presidencia. Con Donald Trump hemos logrado un buen entendimiento”.
No hay tal. Lo que existe es paternalismo misógino de Trump, donde ella utiliza la inteligencia selectiva para quedarse solo con lo que le importa, como cuando su equipo de propaganda impulsó una declaración hace casi diez días donde decía que “respeto mucho a la presidenta; es una mujer extraordinaria”. No incluyeron el antes y el después de la frase, que “México estaba gobernado por los cárteles”, y que aunque fuera “muy valiente”, México tendría que “defenderse de eso”.
Con Trump, pudo haber dicho una frase aún más irrespetuosa, pero esta es suficiente. Cuando habla del “buen entendimiento”, probablemente se refiera a los aplazamientos de aranceles, como sucedió el sábado pasado durante una conversación telefónica entre los dos. Esos aplazamientos le han ganado fama de tener la cabeza fría, como ella describió en algún momento temprano en la Presidencia de Trump, que debía reaccionar a sus impulsos y dichos. Pero la cabeza fría tampoco ha servido para nada. Los aplazamientos de aranceles adicionales hacen olvidar que desde casi seis meses México está pagando otros aranceles nuevos, como aquellos en donde Washington dice que no se cumplen con las reglas de origen establecidas en el acuerdo comercial norteamericano, que incluyen 54 productos cuestionados por Trump y que siguen sujetos a negociación.
Ese buen entendimiento es una quimera. Sheinbaum lo valora de esa manera reflejando la cultura mexicana: sí pagamos, pero no todo, como cuando asaltan a una persona y le dicen “pero qué bueno que no te hicieron nada”. Es el comportamiento de la resignación, ante un poder superior que como no se sabe cómo enfrentar, no puede enfrentarlo. Si Trump no ha sido agresivo públicamente con ella, probablemente se acerca más a su conducta con las líderes con las que ha hablado, de las que se expresa siempre bien, y no a un comportamiento diferenciado.
La presidenta ha estado enojada de manera creciente en las últimas semanas y se ha exasperado más con los estadounidenses, pero sin perder esa cabeza fría, que le niebla actuar con más energía, como sucedió cuando le pidió a los secretarios de Relaciones Exteriores y la Marina que “convocaran” al embajador de Estados Unidos para pedirle explicaciones sobre un ataque aéreo en aguas internacionales y para defender la soberanía de México. No se sabe si ya se dio esa reunión, pero en cualquier caso, el embajador Ron Johnson probablemente les dirá que no se violó la soberanía, al haberse realizado fuera de la Zona Económica Exclusiva de México.
¿Por qué lo fraseó la presidenta así? ¿Estará calculando que los ataques a presuntos narcotraficantes están demasiado cerca de territorio mexicano para sentirse a gusto? Si destruyeron la embarcación y mataron a sus viajeros cerca de las aguas territoriales de México, si en efecto eran narcotraficantes, el puerto de destino sería Oaxaca o Michoacán, donde suelen entregar las drogas, particularmente cocaína, para que se introduzca por tierra a Estados Unidos, porque no es común que esas embarcaciones naveguen más al norte. El mismo día que la presidenta pidió que llamaran al embajador, otro ataque similar en el Pacífico se realizó.
Ni respeto, ni buen entendimiento. Son solo palabras huecas que no se corresponden con los hechos. Sheinbaum dio pasos para adelante esta semana asumiendo una actitud ligeramente más crítica hacia las acciones de Estados Unidos, cuestionando los ataques en alta mar, inconformándose con las sanciones a las aerolíneas y, lo último, respondiendo al subsecretario de Estado, Christopher Landau, que fue embajador en México, por lamentar la posición de México frente a Cuba.
“La política exterior de México la define México”, la respondió a Landau. Es cierto, pero el panel de control no lo tiene ella. La cabeza fría que presumió le ha servido como justificación a su debilidad, pero en términos reales y concretos, poco para corregir el rumbo hacia donde avanza la relación bilateral, un camino de sumisión más que cooperación.

la presidenta, su defectito le gustan los alagos, loas, paga mucho dinero para que mencionen que es la mujer lider mundial, la mas democrata del mundo, siendo que México tiene un maldito cáncer los carteles, mafias que asesinan, secuestran cobran impustos (derecho de piso).