Jorge Romero y Ricardo Anaya, dos figuras prominentes (es un decir) de Acción Nacional, han dado la bienvenida a la intentona de Claudia Sheinbaum y su partido de colocar a la mandataria en la boleta electoral de 2027. Los panistas, al servicio de la presidenta y Morena.
La revocación debería ser eso, o no tiene sentido. Un plebiscito surgido amablemente desde el poder es un contrasentido y, por tanto, una trampa.
Morena, que es y actúa como movimiento, prefiere el calor de la calle a la grisura de los despachos burocráticos inherentes al acto de gobernar.
El arranque del segundo año de gobierno, ahora lo sabemos, de la presidenta Sheinbaum, estaba programado como el inicio de un falso debate, uno sobre la “conveniencia” de que, para ahorrar, se adelante un año la maniobra del revocatorio inventado el sexenio anterior.
Hace más de un mes, en diferentes medios, Alfonso Ramírez Cuéllar lanzó el anzuelo. El diputado claudista propone que la presidenta vaya a las urnas en la misma fecha en que se renovarán curules de San Lázaro, 17 gubernaturas, cientos de diputaciones locales y municipios. La ventaja que con ello ganaría su partido es tan obvia (porque Morena no respeta las leyes y tiene cooptados los árbitros) como increíble la irresponsabilidad de Romero y Anaya.
Si bien, por un lado, la presidenta ha perdido algunos puntos de popularidad y, por otro, la gente que la reprueba alcanzaba en la última encuesta de EL FINANCIERO, ya 30% –y no se digan los negativos que, de manera sostenida, mes con mes va acumulando en materias como corrupción–, la verdad de las cosas es que no hay materia para un revocatorio.
Políticamente, Sheinbaum no sólo es popular, sino ampliamente reconocida en distintos sectores, incluso a pesar de salidas en falso como su respuesta inicial a la crisis por el asesinato del alcalde Carlos Manzo.
La revocación de Claudia no es, ni remotamente, un tema con arraigo. O dicho al revés: es innecesaria cualquier maniobra de ratificación. Al punto que se puede decir, con todas sus letras, que el principal logro político de la presidenta es que llenó los zapatos de su antecesor.
Por todo lo anterior, no vale abrirle espacio a una herramienta que sólo puede ser para fines antidemocráticos. La revocación debería activarse sólo si es demandada desde la sociedad, sólo si una crisis la hace estrictamente necesaria. Afortunadamente, no es el caso.
Cómo entender, entonces, que los panistas Romero y Anaya –éste, como se recordará, exlíder nacional de los blanquiazules– se traguen la carnada y se presten a facilitarle al régimen la intromisión burda en las elecciones, que es lo que pasará si Sheinbaum va a la boleta.
O son más bisoños de lo que se les creía, o tienen algún tipo de interés (uno de muy corto plazo y de muy magros frutos, al menos para la colectividad, porque ya se sabe que ellos viven de la política y seguro suponen que, en cualquier escenario, seguirán haciéndolo).
México requiere normalidad en todo sentido, no un revocatorio falaz.
Los problemas reales –un mercurial vecino al norte envuelto en varias crisis, una economía estancada, unos grupos criminales envalentonados, una debilidad institucional evidente– demandan de una presidenta dedicada a gobernar y de una oposición que le exija eso mismo.
Anaya y Romero no aprendieron de sus mayores, esos que citan ahora en la supuesta refundación del PAN. Al gobierno se le acota, se le demanda hacer sólo lo que la ley le permite, no se le normaliza en sus intentonas de jugar a las elecciones cada día del año.
