Columna invitada

Represión sin memoria histórica

Columnas

La 4T amaneció diciendo que no hubo represión. Que fueron provocadores, infiltrados: que ahí marcharon bots con tenis. Que si hubo lesionados, fue culpa de los mismos jóvenes que “se excedieron”. Que si hubo detenciones, fueron “a petición ciudadana”. Que si hubo golpes, encapsulamientos, escudos encima de cuerpos adolescentes, eso fue simple “contención”. El tipo de contención que Morena reconoce como represión cuando se trata de la policía de otro gobierno.

¿Mi opinión? La narrativa oficial se ha vuelto bastante absurda; difícil de sostener cuando hay videos que la desmienten. Lo que ayer ocurrió en la CDMX fue brutal y quedó documentado en tiempo real: jóvenes arrinconados contra vallas que no deberían existir en un país que presume democracia; escudos empujando, rodillas sobre espaldas, macanazos que “nadie autorizó”, gases que “no se lanzaron”, pero ardieron; reporteros heridos, detenidos que no sabían ni por qué estaban siendo sometidos. Y una presidencia que en lugar de asumir lo evidente optó por condenar “la violencia” en abstracto, como si la violencia hubiera flotado en el aire y decidido, por iniciativa propia, caer sobre adolescentes de 18, 19 y 20 años de edad.

Si a mí me preguntan, diría que la marcha de la Gen Z no representaba una amenaza real para el Estado, pero al mismo tiempo algo que, para el gobierno, es peor: un espejo. No eran partidos, no era la oposición profesional, no eran los mismos de siempre. Era —hablo en general— una generación que se enciende fácilmente. A la que no pueden chantajear con el pasado ni controlar con nostalgia ni convencer con esa épica barata de “la transformación histórica”. Y por eso los cercaron. Y por eso bloquearon el Zócalo desde DÍAS antes. Y por eso reforzaron Palacio como si fuese a caer el Muro de Berlín. Porque el poder teme más a quien no le tiene miedo que a quien lo enfrenta desde la lógica tradicional.



Los jóvenes llegaron con pancartas, celulares y una furia que no se calla. Nótese: no llevaban armas. No cargaban con piedras. No iban con la intención de incendiar nada. La única chispa que avivó el conflicto fue el nervio del gobierno, su incapacidad de tolerar que lo cuestionen quienes crecieron escuchando que la 4T era el parteaguas democrático del siglo… y hoy la ven convertida en un régimen que levanta vallas antes de escuchar razones y que después del primer escudo en alto ya busca culpables entre los manifestantes.

El manual de siempre, pero ejecutado por quienes juraron que nunca jamás recurrirían a la criminalización de la protesta.

Los que alguna vez marcharon contra el autoritarismo hoy lo ejercen con glosa justificatoria. Los que gritaban “¡nunca más otro 68!” hoy se ofenden si se menciona la palabra represión. Los que lloraron por Ayotzinapa hoy minimizan golpes a muchachos porque “se pusieron bravos”. La memoria histórica se les borró en cuanto el poder les tocó la punta de los dedos. No duraron ni un sexenio en replicar aquello que dijeron combatir durante 20 años.



Y sí hubo represión. Lo dicen los lesionados, los detenidos, las imágenes que ya recorren el país, los testimonios de reporteros y ciudadanos que no tenían militancia alguna, las crónicas que muestran cómo la policía dejó de contener y comenzó a golpear cuando las vallas cayeron. Si eso no es represión, ¿qué lo es? ¿Necesitan el diccionario completo? ¿Que se asome un tanque para que la presidenta acepte la palabra? ¿O esperan encontrar un eufemismo más cómodo, como “incidente lamentable”, “exceso aislado” o “malentendido operativo”? La 4T lleva años reduciendo el lenguaje hasta dejarlo inservible. Hoy pretende que tampoco veamos lo que vemos: una autoridad ejerciendo fuerza innecesaria contra una protesta legítima.

El problema no es solo lo que hicieron, sino la mentira con la que intentan cubrirlo. Porque esa mentira es la que fractura al poder. La Gen Z ya no cree en el discurso mesiánico ni en la explicación paternalista ni en los videos editados de la mañanera. No les importa la lealtad histórica al líder ni los viejos pleitos de izquierda ni la narrativa épica de la transformación. Ven violencia y la nombran. Ven represión y la documentan. Y eso es imperdonable para un gobierno que vive obsesionado con controlar el relato.

La represión existió. No porque lo digan los críticos del régimen, sino porque lo dicen los hechos. Porque cuando un Estado impide el paso, encapsula, golpea y detiene, el nombre no cambia aunque el color de partido sí. El poder puede inventar excusas, pero no puede borrar la evidencia.



Ayer no cayó el Zócalo, pero cayó otra cosa más importante: la máscara de la 4T. La de la superioridad moral, la de la no violencia, la del “nunca más”. Y lo que quedó debajo no es épica ni transformación: es miedo. El miedo de un gobierno que se sabe cuestionado por quienes no vivieron su mito fundacional y que no van a pedir permiso para seguir protestando.

Los jóvenes ya descubrieron lo que el régimen intentó ocultar: que son ciudadanos, antes que pueblo. Que la democracia no es un regalo del gobierno, es un derecho que se ejerce. Y lo van a seguir ejerciendo. Con o sin vallas. Con o sin la aprobación de un poder que se dice histórico y transformador, mientras repite las prácticas más viejas del autoritarismo.

Verónica Malo Guzmán

Verónica Malo Guzmán es politóloga, consultora política y columnista de opinión. Miembro de International Women’s Forum, destaca por su análisis crítico y su experiencia en temas de política y sociedad.

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