La narrativa oficialista, sostenida con entusiasmo desde 2018, insiste en que el aumento sostenido del salario mínimo actúa como la llave maestra para elevar automáticamente la productividad laboral del país.
Se postula una relación causal directa, casi mágica: mejores ingresos se traducen ipso facto en trabajadores más eficientes. Sin embargo, los fríos datos duros del Inegi desmienten esta simplificación, revelando que el engranaje productivo de la economía mexicana sigue girando a un ritmo lamentablemente lento.
Desde el inicio de los gobiernos cuatroteístas, el incremento al salario mínimo ha sido significativo, buscando recuperar el poder adquisitivo de los trabajadores. Es una medida de justicia social necesaria. El error radica en creer que esto basta para transformar la capacidad productiva nacional. Las cifras del Índice Global de Productividad Laboral de la Economía (IGPLE), con base en horas trabajadas (base 2018=100), exhiben un panorama de estancamiento y, en algunos lapsos, de retroceso.
Por ejemplo, si tomamos el año de referencia 2018 como 100, la productividad ha luchado por mantenerse a flote. Si bien se observan algunas recuperaciones modestas pospandemia, el panorama sexenal es de un rezago preocupante. Algunas cifras del Inegi de los últimos años muestran crecimientos interanuales muy modestos. Reportes económicos más amplios sugieren que, al observar la evolución sexenal 2018-2024, la productividad en el sector terciario (servicios), que es el motor económico del país, arrastra una caída de alrededor de 7.4%, y la caída en el sector secundario (manufactura) ronda 1.3%. Esto nos habla de una productividad que, en términos reales y agregados, está estancada a niveles de hace dos décadas.
Este estancamiento evidencia que el vínculo automático entre salario y productividad, impulsado por el discurso oficial, sencillamente no es verdad. El aumento del salario mínimo, aunque mejora el bienestar, no inyecta por sí mismo mayor capital, mejor tecnología, ni procesos productivos más eficientes en las empresas. La productividad laboral real depende de la dotación de capital físico con el que se equipa al trabajador, del nivel tecnológico de los medios de producción, de la organización logística, de la calificación del capital humano y de la formalización del empleo.
Para que la productividad despegue se requiere de una visión de Estado que trascienda el asistencialismo salarial. Urge una inversión fija robusta, pública y privada, que modernice fábricas, infraestructura y equipo. Se necesita una reforma educativa enfocada en las habilidades técnicas y digitales que el siglo XXI exige. Se requiere abatir la informalidad. Y, finalmente, se deben simplificar los procesos productivos y regulatorios que asfixian la innovación. Sin estos pilares de inversión, educación y eficiencia, el aumento salarial, por noble que sea, se diluirá, dejando a las empresas con mayores costos y a México atrapado en la trampa de la baja productividad.
BUSCAPIÉS
*El gobierno capitalino, entonces a cargo de Martí Batres, nunca aclaró el origen de la contaminación del agua entubada que, en la primavera del año pasado, afectó a miles de habitantes de las alcaldías Álvaro Obregón y Benito Juárez, pues tenía una consistencia aceitosa y un fuerte olor a combustible. Ahora que acaba de descubrirse una toma de huachicol en la zona de Observatorio, las cosas comienzan a aclararse.
*Igual que sucedió en Tabasco, que pasó de edén a infierno, Baja California Sur se hace presente en el mapa de la violencia criminal, donde hasta hace poco no estaba. Dos ejecuciones múltiples en el antes idílico puerto de Loreto son ejemplo del desgobierno de Víctor Manuel Castro Cosío y de cómo, bajo la mirada de los mandatarios estatales de la autodenominada Cuarta Transformación, la delincuencia organizada sienta sus reales. ¿Verdad, don Adán?
