Las premisas para ubicar la ejecución de Carlos Manzo como la más traumática, dramática y quizá grave de un político mexicano desde el ajusticiamiento de Colosio (1994) están ahí. a) Lo mataron en la plaza de la ciudad que gobernaba, Uruapan, después de cargar a su pequeño hijo en plena celebración de muertos. b) Estaba protegido, según el gobierno federal, por 14 agentes de su confianza y la Guardia Nacional. c) Era un funcionario joven (40 años) que repetía a diario que no cedería frente a los criminales. d) En asuntos de seguridad desafiaba al gobernador, gobierno federal, Presidenta de la República. e) Abandonó decepcionado a Morena. f) Su discurso pronosticaba en cierta forma el desenlace del sábado. g) Antes que a él asesinaron en Michoacán a los alcaldes de Cotija, Tepalcatepec, Tacámbaro, Churumuco. Su viuda, Grecia Quiroz, dijo en los funerales de ayer que habían matado al mejor presidente de México. ¿Quién va a desmentirla? “Al único que, cansado de tanta violencia, se atrevió a hablar con la verdad y prometió defender a nuestros hijos con uñas y dientes”, agregó. De la oposición volvimos a escuchar el anodino: “Condenamos enérgicamente”. Y del poder, el chocante: “Lamentamos profundamente, no habrá impunidad”. Se acaba 2025 sin que el país infernal se apague. Descansa en paz, Carlos. Aquí, la vida sigue.
Columna invitada

para pura verguensa 14 guardias federales para guaruras de una persona, mejor solo.