Se cumplieron ayer 50 años de la muerte del dictador Francisco Franco. España acaso y se acordó de él. Estamos hablando del hombre que gobernó con puño, metal y cárcel entre 1939 y 1975, el generalísimo triunfante en la calamitosa guerra civil que costó medio millón de vidas, o más, y una infinidad de dolor, angustia, exilio. Es cierto que ayer los españoles vivieron la espectacular decisión de su Suprema Corte, que inhabilitó al fiscal general por filtrar documentos con intención de dañar a rivales políticos.
De cualquier forma, no se armaron movilizaciones para que “¡Franco no se olvide!” ni hubo mareas negras que se sirvieran de la efeméride para agredir objetivos “franquistas”. Medio siglo después, la España políticamente polarizada muestra que, en esa zona de su historia, está en razonable paz, porque el Franco que se impuso en el campo de batalla fue desbaratado con civilidad, democracia, educación, progreso, calidad de vida, alegría.
Savater, siempre Savater, sintetizó además el fracaso de la “izquierda corrupta y lerda” que hoy gobierna España y acusa a sus críticos de franquistas: “Agita el espantajo del franquismo como única fuente de su legitimidad moral; cuanto más bobo es el vocero, más alto predica contra el dictador, tan inicuo y peligroso que lleva medio siglo sin dar lata”. Digamos que como Díaz Ordaz.
