En su primera decisión de gran resonancia, la nueva Suprema Corte de Justicia votó como una aplanadora.
Fue una Corte de hierro. No importa si, como dice la parte afectada, el particular, Grupo Salinas, los ministros votaron con sumisión y sin fisuras un guion enviado por Palacio Nacional, o si se trató de una veloz y notable unanimidad en un asunto que parecía ser complejo. Lo esencial, si de ceñirse a los hechos se trata, es que los ministros votaron como uno, todos, cada uno de ellos: que en el tema piensan igual.
Al hacerlo de esa manera estarían enviando el mensaje de que la palabra del SAT será la última palabra, que quien quiera pelear un doble cobro, un cargo inadecuado o la suma de un crédito fiscal está destinado no sólo a perder, sino a ser sepultado. Independientemente de quién tuviera razón en este encarnizado y largo pleito, cuesta desechar un párrafo del mensaje de Grupo Salinas tras conocer el mazazo de nueve votos a cero y miles de millones de pesos: “Las consecuencias de estas resoluciones van mucho más allá, sientan un precedente profundamente preocupante y envían una señal peligrosa para las inversiones en México”.
Y para los ciudadanos: ante un abuso del SAT, resígnense y paguen. Porque, aun si consiguieran sortear los tribunales, toparán con la Corte de hierro.
