En 1994, cuando fueron asesinados Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu, cuando hubo secuestros como los del Alfredo Harp Helú y Carlos Losada, cuando el levantamiento zapatista eclipsó la entrada en vigor del TLC, en una conjura que el tiempo no se ha encargado de aclarar, decíamos que vivíamos en un clima político de violencia en el que todo era posible. Ese clima mató, secuestró, desestabilizó al gobierno y a la sociedad. El país, después de lo vivido en 1994, no volvió a ser el mismo.
Hoy estamos comenzando a vivir un clima similar, alimentado, además, por una irrefrenable polarización. Yo no sé si el acoso sufrido por la presidenta Claudia Sheinbaum en su caminata por el Centro Histórico fue real o fue, como dicen muchos, un montaje para distraer a la sociedad en un momento especialmente sensible tras la muerte de Carlos Manzo. Me inclino a pensar que fue un hecho real, que una vez que se presentó fue sobreexplotado por el oficialismo para distraer a la opinión pública y, en parte, lo logró.
Pero, precisamente por eso, el hecho debería ser tan preocupante. La seguridad de la Presidenta pareció ser, con ese hecho, tan endeble como la que tuvo el alcalde Manzo: un tipo alcoholizado y drogado se pudo aproximar por su espalda y tocarla en forma lasciva sin que nadie lo impidiera. A Manzo, un joven drogado de 17 años lo mató de siete tiros en un evento público. La Presidenta podría haber sufrido cualquier tipo de agresión y la persona más cercana a ella, de su seguridad, estaba tomando videos.
Hubiera sido imposible que eso sucediera cuando la seguridad presidencial la tenía una institución realmente especializada en esas tareas como el Estado Mayor Presidencial. Seguramente hubo en su funcionamiento algún abuso, pero, en términos de seguridad, era un mecanismo de protección impecable. Se podrían haber hecho muchas cosas para reformarlo, menos desaparecerlo como hizo López Obrador. Otra herencia que tiene que cargar el Estado mexicano.
Pero todo esto viene a cuento porque se suman los hechos violentos y los rumores que están creando ese clima de incertidumbre y violencia que puede tener costos muy altos. La ciudadana Sheinbaum tiene todo el derecho del mundo a no querer tener mucha seguridad en torno suyo, pero la presidenta Sheinbaum no tiene ese derecho, aceptar la seguridad viene con el cargo y la ayudantía que tuvo López Obrador y que tiene ahora la presidenta Sheinbaum está a años luz de los que se requiere y debería exigir.
Porque el mal clima está ahí. El asesinato de Carlos Manzo lo exhibió con absoluta claridad. Fue, insisto en ello, la crónica de una muerte anunciada, como aquella historia que nos contó Gabriel García Márquez. Pero ese asesinato es parte de una suma de hechos de violencia que se van acumulando hasta llegar a la conclusión de que todo es posible, de que cualquiera puede matar a quien sea, que cualquier vida tiene precio y, además, es muy bajo. Y todo eso se acrecienta ante la impunidad que exhiben esos crímenes. Ahí están los del abogado David Cohen, asesinado a las puertas del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México, o los de los altos funcionarios del gobierno de la ciudad, de los más cercanos, en todos los sentidos, a la jefa de Gobierno, Clara Brugada, Ximena Guzmán y José Muñoz, asesinados a pleno día frente a una estación del Metro y con decenas de testigos.
Yo tampoco sé si el secretario de Seguridad, Omar García Harfuch, sufrió o no un atentado como publicó mi colega Raymundo Riva Palacio. Si García Harfuch lo niega, me inclino a creerle, pero él mismo, que ya sufrió un terrible atentado el sexenio pasado, acepta que sufre amenazas. Todo eso y la realidad cotidiana son las que alimentan el clima de violencia e inseguridad en el que cualquier cosa es posible. Y si, además, esos hechos están marcados por una casi absoluta impunidad, mucho más. Se identificó al asesino de Carlos Manzo, un joven adicto de 17 años, pero estoy casi seguro de que nunca sabremos quién fue el autor intelectual del asesinato del alcalde, como no llegamos a saber quién ordenó el asesinato de Ximena y José, de Cohen o el atentado que sufrió Ciro Gómez Leyva.
Entonces, si todo se puede, si hay jovencitos dispuestos a todo por un puñado de pesos, si los autores intelectuales de los crímenes siempre quedan impunes, el mal clima tiene todas las condiciones para convertirse en una tormenta que puede arrasar con todo.
NI UNA PALABRA PARA CELORIO
El gran escritor mexicano Gonzalo Celorio recibió el mayor reconocimiento que existe para una obra literaria en lengua española, el Premio Cervantes. Lo merece, su obra a lo largo de cinco décadas ha navegado por la novela, el ensayo, la narrativa, la crítica literaria, la reflexión histórica. Es un referente fundamental de la literatura mexicana contemporánea, tiene una mirada crítica hacia la identidad, la memoria y la condición humana, como lo reconoce el jurado del premio Cervantes.
Pero Gonzalo Celorio no ha merecido ni un segundo en alguna mañanera, ni una mención, la presidenta Sheinbaum no lo ha felicitado, como creo que tampoco lo hizo con la fotógrafa Graciela Iturbide cuando recibió el Princesa de Asturias, quizá porque el premio se otorga en España, con el que se mantiene una disputa estúpida o porque Celorio nada tiene que ver con los Paco Taibo y cia, que explotan el mundo cultural en el México de hoy.
