Pregunté aquí la semana pasada si, más allá de la fiesta y la derrama económica por el turismo y el consumo, el Mundial 2026 dejaría a los mexicanos un legado de luces, en especial a los niños y jóvenes de pocos recursos. Ayer el gobierno de la presidenta Sheinbaum hizo un compromiso, bastante abstracto, pero compromiso al fin: recuperar y rehabilitar 4 mil canchas de futbol. No se habló de construir, sino de recuperar, y estaría muy bien, si se hace y se hace bien. Para quienes no tienen el privilegio de asistir a colegios y clubes privados, entrenar y jugar futbol en condiciones mínimamente decorosas es una ilusión imposible de cristalizar. Hemos sido toda la vida un país de canchas en pésimas condiciones, un país miserablemente llanero. Lo seguimos siendo luego de los mundiales de 1970 y 1986, tiempos de Pelé y Maradona, Díaz Ordaz y De la Madrid. Recuperar y darle mantenimiento de calidad a 4 mil canchas a lo largo del territorio nacional marcaría un antes y un después. Ése sí que sería un regalo a los jóvenes mexicanos, una verdadera aportación al bienestar del pueblo. Veremos si es cierto una vez que concluya el Mundial de Lamine y Sheinbaum.
Columna invitada
