Hay que ser miserable para culpar al muerto de la violencia que mata a todo un país. En México ya enterraron la primera norma de la decencia: no hablar mal de los muertos. Sépanlo: hablan mal del muerto (y aplauden al verdugo).
Y sin embargo, aquí estamos: el gobierno, su prensa a sueldo y sus aplaudidores intentando hacer creer que Carlos Manzo fue responsable de su propio asesinato. El secretario de la Defensa, general Ricardo Trevilla Trejo, se atrevió a negar que la Guardia Nacional hubiera fallado en su labor de protección. No: según él, el problema fue que Manzo confió demasiado en su policía municipal. Claro, faltaba más: la Guardia puede fallar, pero el muerto no puede defenderse.
El manual de crisis de Jesús Ramírez, ese gurú del desastre comunicacional de Palacio (perdón, de Palenque), ordena culpar al occiso y aplaudir al victimario. Lo que no entendió es que, con su torpeza, convirtieron a Manzo en mártir, bandera y símbolo.
Intentaron minimizar el crimen. Luego lo quisieron asociar con el PRIAN. Después, desacreditarlo por las personas con las que se reunía. Pero si siguieran sus propios parámetros, medio gabinete de la 4T debería estar en la cárcel. Porque Manzo también se reunió —y más veces— con morenistas. En público, sin esconderse, sin filtros. No como aquel expresidente que se paseaba en Badiraguato sin prensa ni vergüenza.
¿Ya olvidaron a los alcaldes de Morena que se sentaron con criminales? ¿O al senador —exgobernador de Tabasco, exsecretario de Gobernación— que puso al frente de la seguridad estatal a un capo de La Barredora? De eso no dicen nada. Silencio cómplice, doble moral.
Hablar mal de Carlos Manzo es dispararse en el pie: ya son siete alcaldes asesinados en Michoacán en los últimos cuatro años.
Siete. Y eso sin contar los funcionarios locales, policías y periodistas que no tuvieron la suerte de ser noticia.
El crimen organizado no gobierna desde las sombras: gobierna con el permiso del poder.
Y luego vienen con su Plan Michoacán por la Paz y la Justicia, un documento hueco que promete llevar electricidad a 91 municipios… como si la violencia se resolviera con focos. ¿No pudieron hacerlo antes? ¿Por qué ahora, con un muerto encima, se acuerdan de gobernar?
Y para colmo, la presidenta se atreve a preguntar: “¿Qué proponen?”.
Pues ahí tiene, presidenta: el Programa de Seguridad Ciudadana de la Ibero lleva años proponiendo quince medidas concretas. Lea. Gobierne. Actúe.
Porque esto no es política de seguridad: es necropolítica. Cada asesinato se convierte en propaganda, cada víctima en excusa, cada ejecución en narrativa. Cuando el poder culpa al asesinado, ya no gobierna: se justifica. La Cuatroté y el arte de culpar al cadáver, eso lo domina bien.
Giro de la Perinola
(1) El gobernador Ramírez Bedolla declaró que al asesino de Carlos Manzo “lo detuvieron y luego lo abatieron”. Es decir: ejecución sumaria. Qué conveniente. ¿Para quién?
(2) Y mientras tanto, los propagandistas de la 4T mostraron fotos de Manzo con Carlos Alazraki, Rubén Aguilar y Rubén Moreira para insinuar que “andaba en malos pasos”. Reunirse con la oposición, delito. Sentarse con criminales, costumbre. Costumbre de la Cuatroté. Qué bonita moral la del régimen: huele a cloroformo y cobardía.
(3) Ah, y ya blindaron otra vez Palacio Nacional. Dicen que es por la marcha del 15 de noviembre. Curioso: tanto que presumen escuchar “al pueblo bueno”… y cada vez levantan muros más altos. ¿Miedo a qué? ¿O a quién? Porque los muertos no marchan. Marchamos los vivos que ya nos cansamos.
