Columna invitada

A pesar de todo

Columnas

Pienso en la Plaza Tolsá como un bello y exultante cofre de piedra que guarda y custodia una de las piezas más hermosas y legendarias del arte mexicano. Es como si a esa plaza, escoltada por tres edificios suntuosos, el de Correos, el Palacio de Minería y el Munal, la hubieran diseñado para guardar uno de los tesoros más grandes de México.

No me refiero al Caballito, la estatua de Carlos IV realizada por Tolsá, a la que el viajero Von Humboldt consideró la segunda más bella del planeta en su tipo, y que se encuentra al centro de la plaza. Hablo de una pieza menos conocida, se diría que mucho más secreta, a la que rodea una de las leyendas más dramáticas del arte mexicano.

Hablo de Malgré tout (“A pesar de todo”), la escultura de mármol blanco que representa a una joven mujer que lucha por ponerse en pie, sobreponerse a la fatalidad, a pesar de las cadenas que la apresan.



La pieza se encuentra en la planta baja del Munal, en Tacuba 8, al lado de las suntuosas escaleras que diseñó el arquitecto italiano Silvio Contri.

Apenas ayer fui a verla. Es apremiante todo lo demás, pero a veces perdemos de vista lo que de verdad importa.

Al llegar a la calle de Tacuba todo parece preparado para el encuentro con Malgré tout. El espíritu comienza a volar con los giros de la cantera color arena que el Palacio Postal; con las formas, simétricas y regulares, gloria del neoclásico, del Palacio de Minería. Con la solidez ecléctica y monumental, cargada de bronces florentinos, del edificio del Munal.



Al cruzar las puertas de este edificio aparece, resplandeciente, el secreto más grande de la calle de Tacuba, Malgré tout, la mujer de mármol blanco.

La escultura fue presentada en 1900 en un hito de la cultura occidental del cambio de siglo: la Exposición Universal de París. La presentó un escultor al que le faltaba el brazo derecho, el mexicano Jesús F. Contreras. La obra le arrebató al jurado una ola de exclamaciones. Obtuvo el premio de escultura, convirtió a su autor en héroe trágico y un mito viviente: el primer artista latinoamericano que recibió del gobierno francés la cruz de Caballero de la Legión de Honor.

La historia estrujante de que la pieza había sido esculpida por un manco fue un invento del poeta Amado Nervo, al que sus amigos llamaban El Amado Nervo. Envolvió a la escultura con un halo irresistible de misterio que sedujo como pocas cosas a los hombres de su tiempo. El mito se extendió tras la muerte temprana de Contreras, a los 36 años de edad.



Impresionado por esa historia, por esa muerte, Manuel M. Ponce –escuchemos su Intermezzo de pie– escribió una danza que debía ser tocada en piano solo con la mano izquierda.

Desde luego, esa danza se tituló, como la obra de Contreras: Malgré tout.

La historia de Jesús F. Contreras es fulgurante. Nacido en Aguascalientes en 1886, a los siete años trabajaba ya en un taller de doraduría artística, y a los 17 –en la Escuela Nacional de Bellas Artes–, se había convertido en alumno favorito del escultor Miguel Noreña, autor del Monumento a Cuauhtémoc de Insurgentes y Reforma, para que el que posó, nada más y nada menos, según Arturo Arnáiz y Freg, que otro amado escritor: Ignacio Manuel Altamirano.



Contreras colaboró en el proyecto escultórico de Noreña y estuvo a punto de perder un pie a causa de la volcadura de un crisol de bronce hirviente. Esta es solo una de las historias de los monumentos que nos acompañan, y que ya nadie mira. En 1887 Contreras pudo presenciar la inauguración del Monumento a Cuauhtémoc y luego recibió una beca por recomendación de Justo Sierra, para hacer estudios de fundición en París.

El escultor trabajó como aprendiz en los talleres más célebres de Francia. Ahí aprendió a realizar esculturas monumentales y bronces artísticos, y ahí inició sobre todo, el camino para formular un lenguaje propio.

En 1889, México participó por primera vez en la Exposición Universal de París, en la que se pretendió mostrar el avance de los países invitados en la ciencia, la industria, las artes. Contreras se propuso para hacerse cargo de la escultura y decoración del Pabellón de México, donde habría de mostrarse, entre otras cosas, “la gloria del pasado prehispánico”. Decoró el pabellón –creado por Antonio M. Anza– con sorprendentes relieves de bronce de los que parecían emerger figuras de dioses y gobernantes prehispánicos. Hoy podemos ver algunos de ellos en un tramo de Filomeno Mata, en el Centro Histórico.



El éxito del escultor fue inmediato. Contreras regresó “cargado de gloria al haber conquistado el reconocimiento internacional” y se volvió uno de los artistas favoritos del porfiriato. Para muestra un botón: en sociedad con Porfirio Díaz abrió un taller de fundición artística en cuyos hornos se fundieron 20 de las 36 estatuas que escoltan actualmente el Paseo de la Reforma para rendir homenaje a los liberales más destacados del XIX.

Parecía que venían años mejores para el artista. Su exótico taller, en el que había incluso un mueble que había pertenecido a Lord Byron, se convirtió en uno de los centros de la vida intelectual de México, frecuentado por figuras que dominaban el panorama cultural, de Amado Nervo a Juan de Dios Peza, de Luis G. Urbina a José Juan Tablada, de Germán Gedovius al genio nocturno que fue Julio Ruelas.

En ese momento Contreras comenzó a perder la movilidad del brazo derecho y a quejarse de fuertes dolores. Enfermo, lo comisionaron para organizar el Pabellón mexicano que iba a presentarse en la Exposición Universal de 1900. Antes de partir, presentó en el Casino Nacional sus últimas creaciones.



Ahí estaba Malgré tout, la mujer de mármol a la que solo le faltaba un soplo para cobrar vida.

En Francia, acompañado por Carmen Elizondo, su esposa, y por el gran tribuno Jesús Urueta, el escultor visitó a un especialista. Recibió una noticia demoledora. Tenía un cáncer fibroso y la amputación era inaplazable.

Malgré tout fue presentada antes de la amputación y recibió premios, recompensas, distinciones. Nervo escribió, sin embargo, la frase que hizo de Contreras un héroe cultural: “Otro en su lugar hubiera buscado la resolución del problema en el suicidio. Contreras fue superior a su desgracia (…) Su primera escultura esculpida con una mano (…) fue Malgré tout”.



Contreras murió devorado por el cáncer en 1902. La última vez que lo vio, su gran amigo, Federico Gamboa, escribió que su cuerpo se había transformado “en una especie de guiñapo que a durísimas penas camina…”.

Hacia 1920 Malgré tout fue colocada en un extremo de La Alameda. Permaneció ahí durante varios años, mientras la figura de su autor se iba disolviendo.

En 1982 fue creado el Museo Nacional de Arte. Un año más tarde, la escultura de Contreras, maltratada por el tiempo y por la ignorancia y por la incuria de los gobiernos, fue restaurada y colocada en un lugar de honor dentro del Munal.



Tres años antes había llegado a la Plaza Tolsá el Caballito, la hermosa estatua ecuestre de Carlos IV. Así se concretó la fusión de arte y arquitectura que ha hecho de esa parte de Tacuba una de las plazas más hermosas de México, e incluso del mundo.

Escuché la danza compuesta por Manuel M. Ponce para una sola mano. Luego, en medio de tantas cosas horribles y apremiantes, entré al Munal.

Ahí estaba la mujer de mármol blanco.

Héctor de Mauleón

Héctor de Mauleón es escritor y periodista, fundador de los suplementos culturales Posdata y Confabulario, además de ex subdirector de Nexos. Con un estilo incisivo, se ha consolidado como uno de los columnistas más influyentes de México.

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