Uno de los grandes debates nacionales es el de cuestionar el por qué la presidenta Claudia Sheinbaum defiende con tanta pasión a su ya muy cuestionado antecesor Andrés Manuel López Obrador.
Todos quisiéramos ver que, al igual que Lázaro Cárdenas lo hizo con Plutarco Elías Calles, o como José López Portillo lo hizo con Luis Echeverría, que Claudia Sheinbaum rompiera con el inquilino de Palenque y lo mandara al exilio. Imposible, por ahora.
Pocos reparan, sin embargo, el por qué de palabra, la presidenta Claudia Sheinbaum defiende a su mentor político, mientras que en los hechos deja en claro que su ruta acaba por condenar el legado del primer sexenio de la Cuarta Transformación.
La cruzada contra el huachicol fiscal que nunca reconoció López Obrador; la persecución de personajes involucrados con el tráfico de combustibles; la destrucción de cientos de laboratorios de fentanilo que su antecesor decía que en México no se fabricaba; y el cambio de la política de seguridad a “balazos, no abrazos”; deja muy en claro que, en los hechos, la inquilina de Palacio Nacional va en sentido opuesto a lo que dicta su falsa lealtad, exhibida a diario en el discurso. Y el del domingo, en el Zócalo, no fue la excepción.
Pero el que en los dichos exprese una cosa y en los hechos se exhiba otra, sólo tiene dos posibles y muy claras explicaciones.
Una explicación es que -dialécticamente hablando- está acorralada. Y que, mientras Andrés Manuel López Obrador continúe teniendo el mando -de facto- no sólo de las posiciones clave del actual Gabinete, sino también las del Congreso, las del Partido y las del Poder Judicial, la presidenta no puede enfrentarlo abiertamente en el discurso.
La espada de la amenazante Revocación de Mandato pende sobre la cabeza de Claudia Sheinbaum, sobre todo, cuando Andy -hoy la vergüenza del nepotismo lopezobradorista- y los jefes morenistas en el Senado y en la Cámara de Diputados -Adán Augusto López y Ricardo Monreal- controlen ese proceso, que despojaría “legalmente” a Claudia Sheinbaum de la silla presidencial.
A pesar de ello, y del discurso encendido en favor de Andrés Manuel López Obrador, las señales desde Palacio Nacional no son de apoyo incondicional. Para no ir muy lejos, el domingo pasado en el festejo del primer aniversario de gobierno en el Zócalo, la triada Andy-Adán Augusto-Monreal- fue enviada a un “corralito”, detrás de la valla que le imponía distancia de una presidenta que prefirió a gobernadores de Oposición que, a morenistas de su mismo círculo, pero con el sello “AMLO” bien marcado. No fue la primera vez, ya en el acto anterior en Palacio Nacional, los mandó a la tercera, quinta y novena filas. Entre más lejecitos, mejor.
La otra explicación viene de Washington. Desde allá, le aconsejan a la presidenta Claudia Sheinbaum que no confronte a su antecesor ni a sus hijos, ni a sus cómplices. Porque vendrá el día, no muy lejano, que vengan por alguno de ellos y nadie quiere que la inquilina de Palacio Nacional pase a ser una “traidora” que entregó a quienes le dieron el paso a la silla presidencial. Su discurso deberá ser siempre: “Los defendí hasta el último día. No es mi culpa”.
Al final del día, lo que de verdad importa, son los hechos: las estrategias de combate al crimen organizado; al huachicol fiscal y al huachi-diésel; la guerra al fentanilo y frenar los flujos migratorios. Y los resultados desde la Secretaría de Seguridad Ciudadana son dignos de aplauso. Es decir, el discurso nada tiene que hacer frente a la realidad de los resultados. Como dice el refrán… “Las palabras se las lleva el viento…” o mejor dicho “… hechos son amores”.
El drama de la estrepitosa caída política de Adán Augusto López y la captura de Hernán Bermúdez Requena, su capataz para entenderse con el crimen organizado, son un reflejo claro de que no hay intocables en el llamado Cártel de Macuspana.
La captura de uno de los marinos Farías Laguna, sobrinos políticos del Almirante Rafael Ojeda, acercó las investigaciones a los primeros e intocables niveles del Poder Ejecutivo en el sexenio pasado.
Las filtraciones desde el SAT de las cuentas alegres -y muy mochas- de los enormes ingresos del ex gobernador de Tabasco y ex secretario de Gobernación, tampoco dejan lugar a dudas. El capelo morenista está fracturado y herido de muerte. Adán Augusto reclama “fuego amigo”, mientras que ella proclama -de dientes para afuera- un “tenemos unidad”.
La nula defensa a los excesos de Andy López Beltrán -tanto en su viaje a Tokio como en su manejo sectario de Morena y ni se diga de sus vínculos como líder de la estrategia huachicolera- tampoco dejan lugar a dudas. La presidenta Claudia Sheinbaum todavía no se atraviesa por el vástago de su mentor. De lejecitos se ve más bonito.
Por eso, es ocioso debatir el discurso del primer aniversario de la presidenta Claudia Sheinbaum el domingo pasado, en el Zócalo, porque lo que dijo tan vehemente sobre su antecesor no tiene sincronía con lo que en esos 12 meses ha hecho. Su mensaje político fue muy claro.
“En este México nuevo, la honestidad no es la excepción, es la regla. Y quien traicione al pueblo, quien robe al pueblo, enfrenta la justicia. El poder no es para enriquecerse, es para servir con humildad”.
¿Entenderían ese mensaje Andy, Adán Augusto, Audomaro Martínez, Mario Delgado, Rubén Rocha y Ricardo Peralta? Quizás no, porque todavía sienten que el capelo de Andrés Manuel López Obrador les alcanza para negociar su impunidad. Las vallas hablan por sí mismas. Una cosa es lo que dice y otra muy distinta lo que hace.
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