El merecido premio Nobel de la Paz a María Corina Machado no va a sacar a Nicolás Maduro del poder porque los narcogobiernos no se doblegan ante la autoridad moral de nadie.
Mantenerse en el poder es la condición fundamental para sobrevivir.
Y no porque a los gobernantes de Venezuela los vayan a matar los opositores o la CIA si dejan el gobierno. Los matan sus cómplices.
Maduro y su círculo cercano estarían felices de irse a disfrutar lo robado bajo la fachada de la justicia social y el socialismo bolivariano. Podrían ir a Turquía, o a Rusia como el sirio Al Ásad, y no responder ante ningún tribunal.
No puede. De las mafias no se sale ileso.
Él encabeza un narcogobierno.
En el Cártel de los Soles están generales, coroneles, mandos medios de las Fuerzas Armadas, secretarios de Estado, líderes legislativos y gobernadores –más la pirámide de complicidad hacia abajo–, coludidos con las mafias internacionales del narcotráfico.
No hay amnistía que alcance ni acuerdo político a la vista que garantice la libertad de tanto criminal.
Al comienzo del gobierno de Hugo Chávez, cuando aún el poder político y militar no tomaba el mando del narcotráfico en Venezuela, era posible vencer en las urnas al autoritario.
No se pudo porque la oposición estaba dividida y el gobierno tenía dinero para granjearse el respaldo popular.
Buena parte del sector privado venezolano se plegó al chavismo para sacar ventajas económicas y creyó, o le convino creer, que se respetaría la propiedad, el esfuerzo de los emprendedores y el Estado de derecho. Que lo que se decía que sucedería “no va a pasar nunca en Venezuela”.
A ellos sí, a los cobardes y acomodaticios empresarios y políticos venezolanos, les pega en la cara el premio Nobel de la Paz a María Corona Machado.
Era más cómodo adaptarse, sumarse, que asumir el compromiso con la libertad y jugársela antes de que narcotráfico infiltrara toda la estructura de poder en Venezuela.
Hoy ya no es posible, o es muchísimo más complejo.
Hace menos de un siglo los países más prósperos de América Latina eran Argentina, Venezuela y Cuba. ¿Y ahora?
Sufren por haberse dejado llevar por el canto de sirenas del populismo, o seguirle la corriente como si nada grave pasara, y obtener así prebendas pasajeras.
Tras 26 años de devastación institucional y económica, el resultado está a la vista: con una población de 29 millones de personas, Venezuela ha visto partir, en busca de protección y mejor vida, a 7.9 millones de sus habitantes (datos de ACNUR).
Actualmente hay 850 presos políticos en las cárceles de ese país.
El Nobel de la Paz a María Corina Machado exhibe ante el mundo de qué lado está la razón moral.
Y exhibe en toda su falsedad a gobiernos, medios de comunicación e intelectuales de Occidente, que se proclaman demócratas, defensores de los derechos humanos y de la igualdad ante la ley, de dientes hacia afuera.
Optar por Maduro y dar la espalda a María Corina Machado es toda una definición.
El Nobel a Machado degrada la reputación internacional de los que respaldan a Maduro con el pretexto que sea.
Para el dictador venezolano y la mafia que le acompaña, el golpe moral que significó el galardón a su víctima les tiene sin cuidado, o eso necesitan aparentar.
A los gobiernos democráticos del resto del mundo les clarifica que no se puede seguir teniendo relaciones comerciales y políticas con Venezuela como si se tratara de un país “normal”.
Maduro ya no podrá seguir jugando a la eterna negociación política y estirar los tiempos. Sólo sería creíble una mesa de acuerdos en que su gobierno presente un calendario para su salida del poder.
Las elecciones ya las perdió Maduro.
Y las perdió, entre otras razones, porque María Machado pudo unir a la oposición y en las elecciones primarias del 22 de octubre de 2023 alcanzó 95 por ciento de los votos.
Maduro la inhabilitó y de todas maneras perdió ante el candidato opositor.
Será muy difícil que la tiranía salga del poder. Pero hay esperanza: Machado le ha recordado al mundo que la perseverancia también mueve montañas.
El reconocimiento a su lucha pacífica trae esperanza y una lección, resumida en las palabras del comité noruego del Nobel de la Paz:
“Cuando los autoritarios toman el poder, es crucial reconocer a los valientes defensores de la libertad que se alzan y resisten. La democracia depende de quienes se niegan a callar, que se atreven a dar un paso al frente a pesar del grave riesgo y que nos recuerdan que la libertad nunca debe darse por sentada, sino que siempre debe defenderse: con palabras, con valentía y con determinación”.