Para ser un gobierno que se dice “de izquierda”, actúa con una audacia liberal que asombraría a Milton Friedman. La nueva propuesta de unificar el sistema de salud pública hacia 2027 no es una reforma: es una demolición controlada. O más bien, descontrolada.
Algunos dirán que la idea es buena…Y vieja. Julio Frenk y Mercedes Juan López ya la habían insinuado en otros tiempos. Pero esto que se anticipa por la 4T definitivamente no es lo mismo.
Para empezar, mezclar los distintos esquemas de financiamiento -tripartito en el IMSS, bipartito en el ISSSTE y estatal o fiscal en el IMSS-Bienestar- equivale a vaciar tres vasos con líquidos distintos -producto de contribuciones fiscales muy disímbolas- en una misma jarra: lo que obtendremos no será una mezcla, sino un revoltijo. El resultado será que menos personas querrán aportar, pues entenderán que recibirán lo mismo que otros que han contribuido bastante menos.
Pero no se trata solo de contabilidad. Los derechos y obligaciones hasta hoy varían según la derechohabiencia, y fusionarlos sin claridad legal es abrir la puerta al caos. En el mejor de los casos, tendremos un “INSABI 4T.2 Premium”. Y ya sabemos cómo nos fue con el del primer piso: un desastre sanitario con acta de defunción firmada.
Unificar sin invertir es la receta perfecta para el colapso. Lo difícil y urgente no es integrar burocracias, sino aumentar la inversión pública en salud, que hoy está en su punto más bajo. Quienes pagarán el precio de esta unificación -como ya lo están haciendo- serán los derechohabientes. Falta de medicinas, hospitales en ruinas, saturación, camas inexistentes.
Los afiliados al IMSS y al ISSSTE, que todavía pagan sus cuotas, terminan en clínicas privadas para recibir un servicio razonable (pero caro). Mientras tanto, el número de patrones registrados en el IMSS cae.
Lo que es peor: pagar cada vez más por un servicio cada vez más malo es, literalmente, desincentivar la formalidad.
Frenk y Juan hacían hace ocho años una propuesta viable; se podría retomar sino fuera por un pequeño detalle; un golpe de realidad: 24 millones de mexicanos se quedaron sin acceso a servicios de salud durante el sexenio pasado. La desaparición del Seguro Popular y su sustitución por el fallido INSABI fue un error mortal. La inversión por persona sin seguridad social cayó de 6 mil 273 pesos en 2012 a 4 mil 490 en 2024. Una reducción tan brutal que ni el discurso puede maquillar.
Si el gobierno realmente quiere universalizar la salud, debe entender que “universal” no significa usar el mismo hospital para todos hasta que reviente. Tampoco se trata de usar las cuotas de los trabajadores formales para financiar a los informales. Eso no es justicia social; es sabotaje institucional.
Tampoco se corrige extendiendo jornadas médicas o exprimiendo al personal hasta el agotamiento. Se necesita planeación, visión demográfica y HARTO dinero. La población mexicana envejece, las enfermedades crónicas aumentan y el sistema sigue pensando en infecciones estacionales.
Unificar el sistema sin los recursos necesarios no es una política pública: es un epitafio. Si se impone la medida sin un incremento masivo de inversión, la muerte del sistema público de salud ocurrirá en este sexenio.
¿Quieren un sistema que funcione? Revivan de inmediato el Seguro Popular. Llámenle “Popular 4T”, “Seguro Claudia”, o “Bienestar 2.0”: el nombre será lo de menos si se recupera lo que servía y se mejora. De otra forma, este gobierno “socialista” terminará firmando el acta de defunción del sistema de salud con una mano… y con la otra, su certificado de neoliberalista.
