Aprecio como pocas cosas las narraciones fáciles de seguir. Sencillas. Coherentes de principio a fin. El exgobernador de Guerrero Héctor Astudillo no da vueltas, no se pierde en florituras ni se esconde en eufemismos. “Sí, me quitaron la visa”, me dice: “Me la quitaron el 31 de julio, me lo notificó en un correo electrónico el gobierno de Estados Unidos, no he tenido información de por qué lo hicieron”. Con claridad, narra que ha iniciado los trámites para obtener una nueva visa y que septiembre es la fecha fijada por las autoridades estadunidenses en México para la entrevista administrativa.
Expresado lo esencial, Astudillo conjetura que el hecho pudo deberse a una reacción de Washington por unas declaraciones que hizo sobre aranceles a los jitomates. Y niega categórica y repetidamente cualquier relación con actividades o grupos criminales. Un relato fácil de seguir que pinta bien el momento. Estados Unidos sigue actuando con discrecionalidad superlativa y no hay entre los mexicanos a quién, formalmente, recurrir. Si te cae el rayo, estás fulminado.
Le pregunto si no es enrevesado pedirle la visa al gobierno que se la acaba de quitar. Responde que es lo que le queda y, además, quiere ver si, en el proceso, consigue conocer el porqué de la cancelación. Lo hace sin perder el tono. Como todo mexicano en la era Trump, a fin de cuentas.