La presidenta Sheinbaum concluye su primer año de gobierno con tareas cumplidas y con pendientes, con una suerte de dicotomía respecto a un futuro que estará marcado por las decisiones que tome en las próximas semanas, porque la lógica política indica que a 2026 debería llegar con toda la fuerza que requiere un presidente de la República para abordar de lleno la renegociación del T-MEC y los comicios intermedios del año siguiente.
Los dos mayores réditos que tiene la administración de Sheinbaum, sin duda, están en la seguridad y en la forma en que ha encarado la relación con Donald Trump, dos temas que además están relacionados.
En seguridad se ha abandonado la estrategia de abrazos, no balazos y los avances son tan innegables como todavía insuficientes. Hay un Gabinete de Seguridad que funciona y lo hace con eficiencia, un esquema de seguridad institucional que está apenas en su génesis, pero que es el que requiere el país de cara al futuro, la Guardia Nacional puede convertirse en la institución policial federal que se necesita, el acento en la inteligencia, la información, en dar golpes selectivos, ha dado resultados y es lo que de alguna forma ha permitido tener las bases para tratar con Trump en un contexto dificilísimo.
Las relaciones del secretario de SPC, Omar García Harfuch, con las instituciones de seguridad estadunidenses y del general Ricardo Trevilla con sus pares de la Defensa y del Comando Norte, han permitido, en un contexto complejo y un poco paranoico, recuperar esferas de confianza mutuas con la Unión Americana. Acciones como el envío de 55 narcotraficantes de alto perfil a ese país le han dado un sustento a esa nueva relación que todavía no sabemos, porque el gobierno de Trump es todo menos previsible, cómo terminará evolucionando finalmente. Pero no nos equivoquemos: las presiones de Washington continuarán y se profundizarán, porque han quedado demasiados pendientes y desconfianzas luego de lo vivido durante seis años con López Obrador.
Eso se aprecia también en el plano comercial. Pese a las amenazas de aranceles y a toda la retórica comercial, la verdad es que México, hasta hoy, ha salido bastante bien librado en un contexto general de transformación de las relaciones comerciales globales. Marcelo Ebrard, en Economía, y Juan Ramón de la Fuente, en la Cancillería, han demostrado capacidad de interlocución con sus homólogos estadunidenses. El objetivo de llegar a la renegociación del T-MEC a partir de enero próximo es alcanzable y no será en absoluto sencillo, pero el riesgo de perder el Tratado como un todo, parece haberse evitado.
El mayor riesgo está en la que es la peor decisión que ha tomado esta administración: la reforma judicial con todas sus secuelas. Que el país necesitaba una reforma al Poder Judicial lo sabíamos todos, pero evidentemente no era la que se aprobó, y que ya estamos comenzando a sufrir. El Poder Judicial no funciona ni funcionará a la altura de las circunstancias y exigencias del país y eso no lo veremos necesariamente a nivel de la Suprema Corte (que también), pero sí en los ámbitos inferiores, donde la exhibición de ignorancia de muchos de los nuevos jueces es notable. Pero lo que haga este nuevo Poder Judicial será fundamental para determinar la certidumbre jurídica que puedan tener empresas y ciudadanos en la justicia y en el régimen. Y eso determinará que haya o no las inversiones que el país requiere.
No sé hasta dónde la administración Sheinbaum lo ha hecho en forma consciente, pero sin duda ha puesto al descubierto la trama de corrupción más amplia y onerosa que ha sufrido el país. Lo que estamos apenas conociendo de la trama de complicidades en el contrabando de combustible, el huachicol, el crimen organizado que se personifica en dos ámbitos criminales que cada día al develarse y extenderse se tocan y relacionan, el de los marinos y aduanas con el de La Barredora y Hernán Bermúdez, muestra dos caras del gobierno: el que ha tomado medidas duras y arriesgadas, pero que, al mismo tiempo, parece temer o dudar sobre seguir avanzando. Más allá de lo que se diga, es imposible avanzar en esas investigaciones sin llegar al exsecretario de Marina Rafael Ojeda; al actual senador, exgobernador de Tabasco y exsecretario de Gobernación Adán Augusto López y a otros exfuncionarios que han quedado en el cono de sospecha, como Audomaro Martínez.
Hace unos días recordábamos cómo en el caso Watergate, las medias verdades y las mentiras terminaron estrechando el cerco en torno a un presidente en la medida en que muchos actores intermedios quedaban exhibidos. Con un agregado, la mira de Washington también está puesta en muchos de esos actores. Las decisiones que se tomen al respecto son las que definirán mucho de lo que suceda en el futuro.
Y todo lleva a la pesada herencia que dejó López Obrador. No me imagino a la presidenta Sheinbaum rompiendo con López Obrador (todavía su foto está en su oficina, junto a la suya, una señal patriarcal que poco ayuda en la imagen de la primera mujer Presidenta del país), pero sí creo que puede, como lo ha hecho en seguridad, en la relación con Trump o en la energía, poner distancia real con él y deshacerse de los lastres que le ha cargado a su administración, varios con nombre y apellido. El segundo año será definitivo en ese sentido.
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