Treinta mil pesos por matar a un reconocido abogado en uno de los lugares más concurridos y supuestamente vigilados de la Ciudad de México: la ciudad judicial, en las escaleras de entrada del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México. El asesinato de David Cohen se debe inscribir en la serie de muertes, de ejecuciones, que han sucedido en todo el país, pero ahora particularmente en la Ciudad de México. Crímenes cometidos por sicarios a los que les pagan una miseria por matar a alguien, un objetivo que ni siquiera conocen.
Con la de David Cohen se siguen sumando muertes, ajusticiamientos, de personajes de alto impacto en la Ciudad de México que, en la enorme mayoría de los casos, no han sido resueltos, siguen en un marco de impunidad. El del abogado Cohen es uno más, cometido con casi el mismo modo de operación de las docenas de asesinatos similares sucedidos en el último año: dos sujetos se aproximan a la víctima, uno le dispara, y huyen; atacan casi siempre en lugares muy concurridos.
El de Cohen fue en un lugar plagado de gente, policías, seguridad, él mismo contaba con un numeroso grupo de custodias que no reaccionaron ante el ataque; al asesino lo persiguió un agente de investigación que estaba en el lugar, le disparó y lo detuvo. En sus declaraciones, el joven de 18 años, además de decir que le iban a pagar 30 mil pesos, que ni siquiera le habían entregado, dijo que lo contrataron en Tepito y que ya habría asesinado a otra persona en ese lugar hace unos meses, el chofer de un magistrado al que confundió con el que debía ser su víctima.
La vida, dice José Alfredo, no vale nada. En estos tiempos menos que nunca. Por un puñado de pesos cualquier jovencito se convierte en sicario, incluyendo aquellos como el asesino de Cohen Sacal, mismos que cobran, rigurosamente, su pensión en Jóvenes Construyendo el Futuro, una demostración más, por si fuera necesaria aún, de que los apoyos sociales podrán ser muy importantes en muchos sentidos, pero no sirven para nada si de lo que se trata es de disminuir la violencia. Para ello se necesita, primero, acabar con la impunidad de la que gozan casi siempre los autores intelectuales de este tipo de delitos y, segundo, tener desarrollo, educación y trabajo. El distribuir dinero da votos, no obstante, no otorga ninguna de esas tres condiciones.
Pero, además, algo está pasando en la Ciudad de México. Desde hace poco más de un año se han sucedido los asesinatos dirigidos contra personajes que no están considerados dentro del esquema tradicional de las ejecuciones de los grupos criminales. Si bien fue asesinado en Coacalco, Estado de México, antes del inicio de esta administración, no es ajeno a este fenómeno el comisario jefe Milton Morales Figueroa, jefe de Inteligencia de la policía capitalina y quien, se decía, sería el jefe del CNI con García Harfuch. Fue asesinado en una visita familiar y cuando venía de un viaje de formación en la India, el 21 de julio del año pasado. El asesinato se atribuyó a un grupo criminal capitalino, hubo varios detenidos, pero no se han dado mayores detalles al respecto.
El 17 de octubre del año pasado hubo dos ataques simultáneos: Diana Sánchez, lideresa de ambulantes, hija de la lideresa Alejandra Barrios, que controla buena parte del comercio ambulante en el centro de la ciudad, y el de la abogada Oralia Pérez, en hechos que, tiempo después, se demostraron sin relación alguna entre ellos. Diana sobrevivió, aunque sus acompañantes fallecieron y los asesinos de Oralia sí fueron detenidos, incluyendo, en este caso, la autora intelectual.
El 20 de mayo pasado fueron asesinados Ximena Guzmán y José Muñoz, altos funcionarios del Gobierno de la Ciudad y de los más cercanos a Clara Brugada. El crimen se cometió frente a una estación de Metro, rodeados de gente y sabiendo que sería grabado por las cámaras de seguridad capitalina. Se supone que hay algunos detenidos, sospechosos de haber participado en ese crimen, pero no hay información alguna sobre las investigaciones y mucho menos sobre los móviles del mismo.
El 29 de septiembre, el estilista e influencer Miguel de la Mora fue asesinado en pleno Polanco, en Moliere y Masarik, frente a su estética, donde atendía a artistas y clientes de alto nivel económico. Sus últimas fotos habían sido con una nieta de El Azul Esparragoza, uno de los fundadores del Cártel de Sinaloa, que se supone murió por causas naturales. Diana, su nieta, es una figura del mundo de las redes virtuales y ha sido relacionada con otro personaje cercano a estos grupos, el cantante Peso Pluma.
El 9 de octubre, cuatro personas en dos motocicletas mataron al actor argentino de 29 años Federico Dorcaz. Se dijo que había sido un intento de robo de su camioneta, pero las cámaras de seguridad que grabaron el ataque mostraron que el mismo fue directo. No hay evidencia alguna que lo relacione con alguna actividad criminal.
El lunes 13 de octubre fue el ataque a David Cohen. Y en el medio ha habido innumerables asesinatos que pueden ser atribuidos a enfrentamientos entre grupos criminales o ajustes de cuentas o simplemente a personas que no pagaron su cuota de extorsión.
Es verdad que la Ciudad de México tiene un buen secretario de Seguridad en Pablo Vázquez, y también que la estrategia seguida ha reducido ciertos delitos. Pero algo está pasando en la capital del país, donde los asesinatos de alto perfil se han tornado algo cotidiano y donde matar no cuesta, literalmente, nada.
La vida, decía José Alfredo, no vale nada. No vale nada la vida.