Columna invitada

Gobernar con eufemismos

En la autodenominada Cuarta Transformación parece haberse instaurado una doctrina de la negación o, en el mejor de los casos, la minimización de los problemas.

Más que afrontar las crisis con transparencia y diligencia, existe una marcada preferencia por moldear la realidad a través de un lenguaje edulcorado y eufemístico, buscando atenuar la percepción pública de las dificultades, incluso aquellas que no son de su autoría directa. Se trata de una estrategia comunicacional que prioriza la imagen sobre la solución, desviando la atención o diluyendo la gravedad de los hechos.

Uno de los ejemplos más recurrentes se da en la respuesta a los fenómenos meteorológicos. Ante las críticas por la lenta o insuficiente atención a los damnificados por las lluvias, el discurso oficial se refugia en la idea de que “en todo el mundo hay inundaciones”. Con ese enfoque, basado en una obviedad, se pretende señalar que la catástrofe es global antes que aceptar que la responsabilidad local no siempre se atiende con la prontitud que exigen las familias afectadas, sobre todo después de que la 4T engulló los recursos del Fonden, sin reponerlos.



Un caso particularmente elocuente de esta minimización ocurrió recientemente en Veracruz. El jueves 9 de octubre, al finalizar un acto con personal aduanero, la gobernadora Rocío Nahle se refirió al desbordamiento del río Cazones como algo que había ocurrido “ligeramente”. Sin embargo, la realidad en Poza Rica y otros municipios era dramáticamente distinta: padecían inundaciones históricas debido a la crecida de ese y otros afluentes, con pérdidas materiales y personas fallecidas. Este sesgo al describir la magnitud del desastre tuvo consecuencias prácticas inmediatas: Poza Rica ni siquiera fue incluido en la lista original de municipios que debían suspender clases el viernes 10 de octubre, una medida de protección que sólo se dictó de manera tardía, cuando el municipio ya se encontraba sumergido.

Esta inclinación por el eufemismo se institucionaliza incluso en la jerga gubernamental. En la Ciudad de México, por ejemplo, el gobierno de Clara Brugada prefiere hablar de “encharcamientos” en lugar de inundaciones. Este cambio semántico no es inocente. Una persona a la que se le rompe una tubería o se le desfonda el bóiler y llega a su casa para encontrar la sala y el comedor llenos de agua jamás dirá “se nos encharcó la casa”, sino, enfáticamente, “se nos inundó” la casa. El término “encharcamiento” sugiere una acumulación superficial de agua, un inconveniente menor. Las autoridades capitalinas parecen no entender que cuando unos muebles están sumergidos en 50 centímetros de aguas negras, o incluso en 10 centímetros, todo se echa a perder.

La negación y la minimización no son exclusivas de los fenómenos naturales. El entonces presidente Andrés Manuel López Obrador adoptó esta táctica en múltiples ocasiones, especialmente en temas de seguridad y salud. Durante periodos críticos de violencia, era común escuchar que iban “a la baja” los delitos, o que las cifras se manipulaban con un sesgo fatalista, ignorando la percepción de inseguridad ciudadana. Respecto de la pandemia de covid-19, se llegó a relativizar la gravedad de la enfermedad e incluso las muertes, argumentando que México tenía “las mejores mediciones” o que la letalidad era un fenómeno mundial, buscando siempre atenuar la responsabilidad gubernamental en la gestión de la crisis sanitaria.



El problema de gobernar con eufemismos es que la realidad siempre termina por imponerse. Nombrar correctamente los problemas —llamar inundación a la inundación, y crisis a la crisis— no es un acto de derrotismo, sino el primer paso para enfrentarlos con la seriedad que merecen. La negación sistemática del hecho o la manipulación del lenguaje para suavizarlo no sólo mina la credibilidad de los gobiernos, sino que, lo que es más grave, retrasa la acción efectiva en beneficio de los ciudadanos. La 4T, al preferir la táctica de envolver los problemas en palabras menos feas, demuestra una preocupante tendencia a priorizar el relato político sobre la urgencia y la verdad de la realidad social a la que se supone que quiere transformar.

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