La extorsión apuesta al silencio. Atormenta en la voz telefónica, la carta, el chat de WhatsApp; engancha y engaña en la liga equivocada del mensaje celular.
Es el delito inatrapable de las cifras cotidianas.
La evidencia está en la economía cercenada, el comercio triturado, las cortinas de tiendas abajo, las cenizas de expendios incendiados, la migración obligada y las ejecuciones como inequívoca seña de la saña ante la resistencia. Por no querer pagar.
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-Cuando Piura era una ciudad pobre, estas cosas no pasaban. ¿A quién se le iba a ocurrir entonces pedirle cupos a un comerciante? Ahora, como hay plata, los vivos sacan las uñas y quieren hacer su agosto (…)
-Eso no me sirve de consuelo, sargento. Además, oyéndolo, parecería una desgracia que ahora a Piura le vayan bien las cosas.
-No he dicho eso -lo interrumpió el sargento, con parsimonia-.
Sólo que todo tiene su precio en esta vida. Y el del progreso es éste. (El héroe discreto. Mario Vargas Llosa).
En su novela El héroe discreto, Vargas Llosa envuelve una extorsión familiar en el pantano de la corrupción latinoamericana y destaca en su personaje Felícito Yanaqué, al ciudadano común dispuesto a no dejarse humillar y someter por estafadores anónimos aún a costa de su vida. Yanaqué denuncia y la policía le justifica las razones del amago.
“Si prevalece una actitud cínica frente al delito, si existe en muchas personas, en muchos ciudadanos, la idea de que ‘nadie es ladrón si todos somos ladrones’, el robo pierde, digamos, malevolencia, delictuosidad y se convierte en una actividad, de cierta manera, tolerable”, decía Vargas Llosa en 2013 a propósito de su novela.
“En nuestras sociedades hay gentes como Felícito Yanaqué, gentes decentes, que tienen unos valores, que son capaces de poner, digamos, unos límites; es decir, que defienden una cierta decencia, una cierta dignidad sin, digamos, dejarse atemorizar por las amenazas, por los peligros y que son la reserva moral de nuestras sociedades. Hay gente así en todas nuestras sociedades, que son los verdaderos héroes”. (Reforma, 27/11/2013).
Y sí, la extorsión es el sistema mismo, el amargo pan de cada día, el desplome de la confianza, el empoderamiento del miedo y del cinismo.
A la extorsión criminal la aceita el desprecio de políticos y empresarios a la ley y a la regla. Al final, en cosas de dinero, todo tiene arreglo. Con cinismo dicen que siempre habrá formas de entenderse.
Solamente que ahora dominan aquellos que piensan que la mejor forma de entenderse es eliminando al prójimo de manera directa, física, o enterrándolo en vida, sometido al acoso y al miedo o al denuesto diario.
La extorsión criminal que elimina a agricultores, productores y comerciantes, que embauca a ciudadanos para depositar la estafa en las tiendas de conveniencia se entrelaza con la amenaza diaria de mantener a raya al otro, de condicionarle el voto o el apoyo, la obra o el ascenso laboral. Desafiar desde el empresario que no paga impuestos o el incumplimiento de reglamentos del constructor o el bloqueo callejero de las mafias sindicales.
La extorsión no es un sistema paralelo de tributación o acoso sino es el sistema mismo. El cobro de criminales es el fortalecimiento del poder cómplice instituido o electo. Uno a otro se necesitan. El dinero producto de la extorsión también financia campañas políticas; la evasión fiscal se aceita con el cochupo de jueces y funcionarios.
La extorsión no es como le decía el sargento a Yanaqué, un precio del progreso. Al menos en México, es la quiebra, la dolorosa expresión de que el cinismo criminal y político ha enraizado y domina. Y de que los ciudadanos tienen el enorme reto de vencer el miedo.
