Las autoridades han estado ahí, comenzando por una Presidenta que se ensucia los zapatos tras las tormentas y toma el riesgo de que el lodo y los gritos manchen su investidura. Están los soldados, marinos, protección civil, y también la sensación de que todos han llegado tarde.
Como el año pasado, hace cinco, diez, 30. ¿Habrá un país que cada año sufra y pague más caro por la furia repartida en lluvias, inundaciones, incendios, sequías? Algo debe fallar o dejarse de hacerse desde la autoridad que recicla año con año nuestras escenas de apocalipsis.
Los especialistas hablan de falta de planeación estratégica, falta de inversión y de cuidado. Ahora son Veracruz, Hidalgo, San Luis Potosí, Puebla, Querétaro. Y antes Quintana Roo, Guerrero, Oaxaca, el Valle de México, la patria entera.
“No vamos a dejar a nadie desamparado”, dijo ayer la presidenta Sheinbaum frente a la desolación. Más o menos lo de López Obrador después de Otis, Peña Nieto con Manuel e Ingrid, Calderón con los derrumbes en Chiapas, Fox con Wilma, Zedillo con Paulina.
Los desamparados son siempre las víctimas, los afectados, no los ciudadanos a quienes se podría amparar mejor con planeación, inversión, decisión. Con la responsabilidad y eficacia de un Estado en verdad solidario. Pero eso no ocurre, la fatalidad se reedita. Tristemente creo que reescribiré este texto en 2026.