La economía mexicana se encuentra ante un punto de inflexión. La reciente imposición de aranceles por parte de Estados Unidos ha desatado una predecible y conveniente narrativa: el bajo crecimiento económico es una consecuencia directa e inevitable de la política proteccionista de Washington. Sin embargo, esta justificación resulta insuficiente, desviando la atención de los verdaderos y profundos problemas estructurales que ahogan el potencial de desarrollo nacional.
Las proyecciones de crecimiento del Producto Interno de México para 2025 —situadas en un modesto 0.8% e incluso más bajo, según organismos internacionales como la OCDE— nos colocan en los últimos lugares de la tabla comparativa entre pares. El promedio del G20 se proyecta significativamente superior, e incluso naciones con lazos comerciales estrechos con Estados Unidos y que han sido blancos directos o indirectos de medidas proteccionistas similares, demuestran una capacidad de resiliencia mucho mayor.
Es revelador el contraste que ofrecen otras economías. Países como China e India, blancos recurrentes de la política de “America First” y con incertidumbre comercial global a cuestas, proyectan tasas de crecimiento por encima de 4.9% y 6.0%, respectivamente, con un margen abrumador sobre México. Incluso Canadá, nuestro socio en el T-MEC y con una dependencia comercial similar a la nuestra con EU, tiene una proyección de crecimiento superior a 1.1%. Corea del Sur y la propia Unión Europea (como bloque) son capaces de gestionar sus políticas de crecimiento en medio de un entorno global fragmentado y lleno de amenazas arancelarias.
La lección es clara: los aranceles son un obstáculo, sí, un desafío que obliga a recalibrar la estrategia, pero no son una sentencia de muerte económica. Son, más bien, un catalizador que expone las debilidades internas que la economía mexicana arrastra desde hace décadas.
La inversión, motor del crecimiento sostenido, exige reglas claras y estables. El nearshoring, esa oportunidad de oro que nos da la geografía, se ve minado por las señales contradictorias en sectores clave y los cambios regulatorios inesperados. Si el marco legal no ofrece garantías, no habrá una quita de arancel que haga atractiva la producción en México a largo plazo.
El gasto público, en lugar de enfocarse en proyectos de alto retorno económico que impulsen la productividad general, se ha centrado en megaobras de rentabilidad cuestionable. Este enfoque desvía recursos cruciales de áreas vitales para la competitividad y el capital humano, como son la educación, la salud y la seguridad. Un país no es competitivo sólo por sus fábricas, sino por su gente y por el entorno social que garantiza su funcionamiento eficiente
La lección que nos dan economías tan diversas como India, China o incluso Canadá es que el crecimiento es, ante todo, un acto de voluntad política y de diseño económico interno. Un entorno de negocios favorable, estímulos a la innovación y una inversión sostenida en capital humano y físico tienen la capacidad de compensar, e incluso de superar, el impacto negativo de cualquier barrera comercial externa.
México tiene la capacidad geográfica, la mano de obra joven y los acuerdos comerciales para crecer por encima de 2% o 3%, incluso bajo la presión de un vecino proteccionista. Lo que nos falta no es un milagro en Washington, sino una política económica que entienda que el motor del desarrollo se enciende en la certidumbre, la inversión y la productividad.

Excelente Pascal, gracias!