Claudia Sheinbaum decidió hacer lo que Andrés Manuel López Obrador nunca se atrevió: ir a las zonas de desastre, mirar a los damnificados a los ojos, caminar entre el lodo y escuchar de viva voz los reclamos. No puso el pretexto de cuidar la investidura ni se escondió en la base militar más cercana para evitar el contacto con el pueblo al que tanto presumía representar. En el libreto político, la imagen de la presidenta en contacto con los afectados por la emergencia de las lluvias fue sencillamente perfecta. El gesto humano, empático, el sello de mujer de la presidenta con A.
Hasta ahí, todo bien.
Pero en la era de las redes sociales, los triunfos pueden ser tan efímeros como lo que tarda un celular en captar una escena bochornosa. Y en Veracruz, la narrativa dio un giro incómodo.
Cuando los damnificados —entendiblemente desesperados, dolidos— reclamaron, la presidenta Sheinbaum perdió la poca paciencia que tiene. En lugar de escuchar, los calló. En vez de empatizar, regañó. En un par de minutos, se exhibió de mecha corta, autoritaria y déspota. La que había ido a recoger los reclamos se convritió en la que no tolera ser cuestionada. La realidad que no penetra en las mañaneras donde luce imperturbable, se le estrellaba en la cara. Fue un momento revelador: el rostro del poder sin el maquillaje de la compasión.
Queda claro que no es su fuerte el contacto directo con los afectados por una tragedia: cuando visitó la Línea 12 del Metro tras el colapso que dejó 26 personas muertas habló de un “incidente”.
Se nota que no es su arena natural, pero es mejor que vaya a que no vaya. Pienso que aún con el tropiezo, su gira por varios estados le sumó más de lo que le restó esa incómoda parada en Veracruz. La presencia de la mandataria sacude a los funcionarios, desatora la burocracia y genera esperanza en quienes sufren la pérdida. Quizá sólo tenga que mentalizarse para endurecer un poco la piel, entender que la gente que le está hablando acaba de perder a un ser querido, o vio arrastrado por la creciente de un río el patrimonio construido en una vida entera de trabajo. Son comprensibles su enojo, su ira.
Queda para una revisión mucho más crítica la actuación de las autoridades frente a la tragedia. Con presas y ríos llenos, una lluvia así tenía potencial catastrófico. Más de 60 personas muertas es un saldo descabellado aún si se tratara de un huracán categoría 5. Y no lo fue: fueron lluvias fuertes.
¿Falló el pronóstico o lo que falló fue la reacción ante el pronóstico?
El gobierno dice que falló el pronóstico. “No se esperaba que fuera de esta magnitud. No había ninguna condición científica, meteorológica que pudiera indicarnos que la lluvia iba a ser de esta magnitud”, aseguró la presidenta. “Esto sí es predecible, sí es identificable desde que uno analiza el contexto meteorológico, sin embargo, identificar exactamente cuánta lluvia va a caer no es tan sencillo. Sí se hicieron algunas alertas”, completó el secretario de Marina.
Con el paso de los días sabremos qué falló. No hay que olvidar que cuando Otis, el gobierno de AMLO no avisó. El presidente y sus propagandistas quisieron culpar a que falló el pronóstico. Rápido se supo que la información sobre la gravedad del fenómeno siempre estuvo ahí, nomás que ellos no reaccionaron con la alerta que ameritaba.
O sea, la realidad gritaba, pero prefirieron callarla. Dura metáfora.
La int0lerante y aut0ritaria narc0presirvienta pelele shitbaum, descargando prep0tencia sobre afectados por lluvias. “Disfruten” a su narc0presirvienta, la que los engañó y les vió la cara