Columna invitada

Cuando la verdad muere…

Columnas

Pasan cosas muy malas. Como “la reforma de Claudia” (o la del pueblo SIN el pueblo). Porque más allá de su envoltorio populista, esconde retroactividad disfrazada de no retroactividad. Poco importa que la Constitución diga —con mayúsculas y sin ambigüedades— que “ninguna ley tendrá efecto retroactivo en perjuicio de persona alguna”. Arturo Zaldívar, que hace tiempo convirtió la Constitución en servilleta, invoca precedentes de la Suprema Corte que permiten cierta flexibilidad en leyes procesales. Y así sostiene, muy orondo, que la reforma impulsada por Sheinbaum es “procesal”. No lo es.

Estamos ante un galimatías digno de la deformación jurídica morenista. Confunden la ley procesal con las etapas procesales… y de paso revuelven el Amparo. Para dejarlo claro: las normas procesales regulan cómo se aplica la ley. Las sustantivas, en cambio, establecen derechos y obligaciones, es decir, el fondo del asunto. El Amparo contiene disposiciones sustantivas —como las que tipifican delitos o definen derechos—, pero ahora, por arte de Zaldívar, se hace una mixtura a conveniencia: el transitorio de la reforma permite aplicar retroactivamente normas sustantivas como si fueran procesales. ¡Qué elegancia jurídica!

El resultado puede ser grotesco: que un ciudadano haya ganado su amparo, pero al dictarse sentencia, el juez —ahora “morenista certificado”— declare improcedente todo el proceso… porque la ley cambió a mitad del camino.



Y como el texto del transitorio no usa la palabra “retroactividad”, la presidenta sostiene que no la hay. Quienes la señalan —dice— no saben o, peor aún, están comprados. Temo informarle que quien le está viendo la cara es Zaldívar, el mismo que intentó quedarse más tiempo como presidente de la Corte con un transitorio ilegal.

Decir que no hay problema porque una vieja jurisprudencia delimita cuándo aplicar los nuevos procedimientos es una trampa leguleya que solo servirá para justificar arbitrariedades. Y sí, también puede volverse contra ella misma.

El Amparo, ese último refugio del ciudadano frente al abuso del poder, queda reducido a simulacro. Sin la suspensión, deja de ser un freno y se convierte en trámite. Limitar su alcance significa restringir el acceso a la justicia y facilitar el atropello de cualquier autoridad.



Por más que repitan que ahora será “más accesible y eficiente”, estamos ante una regresión en derechos humanos. La balanza se inclina hacia el poder, y los ciudadanos quedamos viendo —otra vez— cómo se nos quita una protección con el pretexto de ayudarnos.

Y si la reforma es tan maravillosa, ¿por qué tantos expertos la cuestionan? Empezando por Olga Sánchez Cordero, ministra en retiro y nada sospechosa de antipatriotismo. La reforma no solo deja al pueblo en el desamparo, también contradice principios básicos del T-MEC. Mal augurio para las negociaciones en curso: en vez de incentivar la inversión, crea desconfianza y aleja capitales.

Ayer, la presidenta dijo que quienes critican la reforma “no conocen su contenido, mienten o quieren engañar a la ciudadanía”. Lo siento, pero no. Quien miente y engaña es Zaldívar. Qué ironía: Sheinbaum, tan científica, eligiendo creer solo en la voz de un político disfrazado de jurista.



La soberbia del poder es tal que no escucharon a nadie. No permitieron cambios, no atendieron razones, solo aplaudieron la orden. Presumen haber reformado el Amparo “para el pueblo”, pero lo que aprobaron es una ley para proteger al poder. Un Amparo sin amparo.

Y para rematar, la foto: Alejandro Montiel, sonriente junto a diputados federales, celebrando la aprobación de la reforma. La imagen recuerda inevitablemente la “Roque-señal” de los noventa: entonces se festejó un aumento de impuestos; hoy se celebra la derrota de la justicia. El puño en alto de los morenistas no simboliza victoria… sino el golpe que acaba de asestarle la autoridad a la protección ciudadana.

Porque cuando la verdad muere, pasan cosas muy malas. Así, cuando el derecho muere, el poder ya no necesita siquiera fingir que existe justicia.

Verónica Malo Guzmán

Verónica Malo Guzmán es politóloga, consultora política y columnista de opinión. Miembro de International Women’s Forum, destaca por su análisis crítico y su experiencia en temas de política y sociedad.

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