La celebración en México ante el otorgamiento de sucesivas pausas arancelarias por parte del presidente estadunidense, Donald Trump, ha enmascarado una realidad geopolítica incómoda: estos periodos de gracia no representan una suspensión del unilateralismo de Washington, sino la materialización de un sistema de extorsión calibrada donde la soberanía mexicana es el bien de intercambio para garantizar la continuidad del comercio.
Lejos de ser un respiro diplomático, cada tregua ha sido aprovechada para la imposición de demandas estrictas y la activación de frentes de presión que van más allá de la economía.
La vulnerabilidad estructural de México es el arma principal de Trump. Dado que 84% de las exportaciones mexicanas tienen como destino el mercado estadunidense —y que representan una tercera parte del PIB del país—, la amenaza de un arancel general de 25% a la totalidad de las mercancías no exportadas bajo las reglas del T-MEC —o, peor aún, uno de 30%— se convierte en un ultimátum muy potente.
La estabilidad del comercio bilateral ha quedado, por ello, supeditada a una peligrosa diplomacia personal de crisis, donde los canales institucionales del T-MEC son ignorados en favor del contacto directo y la negociación de emergencia.
Esta diplomacia transaccional ha quedado patente en la frecuente comunicación telefónica entre los presidentes Claudia Sheinbaum y Donald Trump. Las primeras llamadas, sostenidas el 7 y 27 de noviembre de 2024, rápidamente viraron de la felicitación a la exigencia de contener la migración en la frontera común. La tercera llamada, crucial, ocurrió la mañana del 3 de febrero. Fue a raíz de esta conversación que se logró la primera pausa de 30 días a la amenaza de aranceles.
Un mes después, en la cuarta llamada, del 6 de marzo, Trump accedió a extender este plazo hasta el 2 de abril. La tregua más reciente, la de 90 días, acordada en agosto de 2025, fue prolongada de manera indefinida tras otra llamada, el sábado pasado. Esta cadencia de una decena de llamadas en un lapso tan breve demuestra que la agenda bilateral no opera bajo el derecho comercial, sino bajo un régimen de ultimátum constante, lo cual ha significado para México vivir en un estado de inestabilidad continua.
Y es que, en medio de estas treguas, Trump mantuvo y activó aranceles específicos o sectoriales que demostraron que la ofensiva económica nunca cesó. Por ejemplo, el 12 de marzo entraron en vigor tarifas al acero y al aluminio, y el 3 de mayo, a la industria automotriz.
Lo más revelador de este sistema es la diversificación del chantaje a temas no comerciales. En abril de 2025, en medio de las negociaciones arancelarias, Trump resucitó la disputa por el Tratado de Aguas de 1944. El gobierno mexicano se vio obligado a confirmar que cumpliría “poco a poco” con las obligaciones hídricas.
El golpe más reciente, y quizás el más político, ocurrió el martes, poco después de que la presidenta Sheinbaum anunciara que la segunda tregua, la de 90 días, se mantendría activa. El Departamento de Transporte de Estados Unidos, bajo la dirección del secretario Sean Duffy, revocó la aprobación de 13 rutas aéreas de aerolíneas mexicanas (incluyendo Aeroméxico, Volaris y VivaAerobus) y, de manera crucial, canceló provisionalmente todos los vuelos combinados de pasajeros y carga desde el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA). La justificación fue que México había “cancelado y congelado ilegalmente vuelos de transportistas estadunidenses”.
En conclusión, la celebración en México por las treguas arancelarias es el síntoma de una diplomacia reducida a la gestión de crisis. Con esto, México ha logrado evitar un colapso económico, pero el precio ha sido el sacrificio progresivo de su autonomía política y la aceptación de la imposición de la voluntad estadunidense en frentes sensibles: control migratorio, combate a las drogas, gestión del agua, producción agrícola y decisiones sobre el transporte aéreo, entre otros. La estabilidad comercial se compra a expensas de la independencia política, condenando a la diplomacia mexicana a operar en una peligrosa y permanente cuerda floja.
