La llegada a México de Hernán Bermúdez Requena, exsecretario de Seguridad de Tabasco, no sólo no aplacó el escándalo sobre los vínculos entre poder y crimen, sino que lo avivó. Detenido en Paraguay y expulsado a México, el presunto jefe del grupo criminal La Barredora fue recluido en el penal de El Altiplano, lugar reservado para grandes capos.
Su captura, sin embargo, es sólo la punta del iceberg de un problema mucho más profundo que lleva meses resonando: ¿qué tanto supo Adán Augusto López Hernández, exgobernador de Tabasco, sobre las actividades de su exsecretario?
Desde el 12 de julio, cuando se reveló que existía una orden de aprehensión contra Bermúdez Requena, la discusión pública sobre La Barredora no ha dejado de crecer. El exgobernador de Tabasco fue quien nombró a Bermúdez y, a pesar de que los indicios de sus actividades delictivas datan al menos de 2021, el secretario se mantuvo en el cargo hasta principios de 2024. Éste es el principal argumento que usan los opositores para acusar a López Hernández de haber solapado al crimen organizado en Tabasco.
Su permanencia como coordinador de los senadores de Morena es un misterio político. Su utilidad para el oficialismo parece cada vez menor, mientras que el daño que causa a la imagen del movimiento gobernante es cada vez más evidente. Ya hay claras señales de inconformidad en la bancada oficialista, donde se cuestiona su manejo. La pregunta es por qué no ha llegado la orden para defenestrarlo. ¿Por qué se tolera un escándalo que contamina a todo el movimiento?
Existen al menos tres hipótesis, que no son mutuamente excluyentes, y que revelan la compleja dinámica de poder en el México actual. La primera es que la presidenta Sheinbaum no quiere romper el pacto de la sucesión. El acuerdo que fijó López Obrador era claro: los aspirantes que perdieran la encuesta para el 2024 recibirían un premio de consolación. En el caso de Adán Augusto, fue la coordinación en el Senado. Mantenerlo en ese puesto es, por tanto, una forma de honrar ese pacto y no romper con su antecesor, aunque esto implique defender a un personaje cada vez más incómodo.
La segunda hipótesis es mucho más sutil y sugiere una ruptura silenciosa. La Presidenta podría haber decidido que la mejor manera de desmarcarse de la administración pasada es dejar en sus puestos a sus representantes y permitir que acumulen desprestigio. Al ya no tener el micrófono presidencial, el expresidente López Obrador sólo puede opinar a través de los personajes que dejó incrustados en posiciones de poder, como es el caso de López Hernández. Dejar que estos voceros se desgasten con escándalos de corrupción, como el de La Barredora o el del contrabando de combustible que involucra a la Secretaría de Marina, hace que las culpas se concentren en el pasado.
La tercera es una postura intermedia, una especie de táctica de contención. En este escenario, López Hernández se ha convertido en un pararrayos. Si fuera removido de su cargo, las acusaciones de corrupción llegarían más rápido a Palenque, refugio del expresidente. Al mantenerlo en la coordinación del Senado, los escándalos se focalizan en él, así como ocurre con algunos personajes de la Armada, protegiendo así la imagen de López Obrador y la estabilidad de la relación entre ambos.
Sea cual sea la razón, la figura de Adán Augusto se ha convertido en peso muerto para la Cuarta Transformación. A pesar de los esfuerzos por minimizar los escándalos, éstos persisten y resuenan cada vez más, erosionando la credibilidad del gobierno. Se trata de un problema que no se resolverá con el encarcelamiento de un solo hombre, sino que requiere una profunda reflexión sobre las conexiones entre el poder político y el crimen organizado en México, más aún con los señalamientos desde Estados Unidos contra una exalcaldesa y diputada de Morena. La sombra de la duda no sólo afecta a los implicados, sino que, en última instancia, perjudica la imagen del gobierno en turno y de todo el movimiento.
Finalmente, ¿por qué no renuncia López Hernández, cuyo liderazgo en la bancada es ya inexistente? Incluso considerando los alcances de la vanidad, ésa sí que es una incógnita insondable.
