A quienes antes llamaba “pueblo” ahora les dice “señores feudales”. Así calificó Gerardo Fernández Noroña a los ejidatarios de Tepoztlán. Un autodenominado hombre de izquierda que actúa como un capitalista de derecha. Todo por la propiedad de una casa. Pero no cualquier casa: un inmueble en terreno comunal, con vista privilegiada, dentro de una parcela de 12 mil metros cuadrados.
Un “palacio” que, más que prestigio, le traerá dolores de cabeza mientras no aclare sus cuentas. Desde esa residencia, valuada en unos doce millones de pesos, el senador acusa de “señores feudales” a los comuneros. La ironía es evidente.
En su intento por justificar lo injustificable, cada declaración lo enreda más. Retó al pueblo a “quitarle” la casa, aunque pidió a la Guardia Nacional que la resguarde.
Un desafío valiente… pero con escolta pagada con recursos públicos. Y lo que no paga el senador son impuestos: ni por la propiedad ni por los ingresos que recibe vía donaciones de sus simpatizantes en redes sociales.
El discurso lo delata. Exige al “rey” (la presidenta) que mande soldados para proteger su propiedad, mientras descalifica a los habitantes del mismo pueblo al que pertenece esa tierra. En su boca, el comunero es súbdito.
Cada vez que Fernández Noroña intenta explicar la adquisición del inmueble —que si es suyo, que si no puede escriturarlo, que si lo obtuvo con un crédito hipotecario—, únicamente logra exponer contradicciones. No hay créditos hipotecarios sobre tierras comunales. Entonces, ¿hubo escrituras? ¿hubo crédito? ¿hubo notario? ¿o solo hubo invenciones?
Lo elemental habría sido corroborar en el Registro Público de la Propiedad o en el Registro Agrario Nacional si el terreno estaba regularizado. No es un trámite complejo. ¿Por qué no lo hizo? O, si lo hizo, ¿qué encontró?
El comisariado comunal podría aclararle la situación mejor que sus asesores. El problema no es que el terreno sea comunal, ejidal o irregular: lo grave es que el propio senador, en su declaración patrimonial, asegura ser propietario y al mismo tiempo no puede acreditar esa propiedad.
El asunto ya no es jurídico, sino político. En Canal 11 y otros espacios informativos, Fernández Noroña se indigna por las preguntas que le hacen. Olvida que todo aquello que exigió de la prensa cuando se trataba de otros, ahora lo alcanza a él. Y las preguntas, comparadas con las que enfrentó Angélica Rivera por “La Casa Blanca”, son más que benévolas.
Hoy, que una casa palaciega es suya y la lupa está sobre él, se victimiza. Pero lo único que el público exige es transparencia: ¿cómo adquirió el terreno? ¿qué papeles tiene? ¿por qué tantas versiones distintas?
En el fondo, Fernández Noroña actúa exactamente como aquello que critica. Recurre a la protección del poder, desprecia a la comunidad y se aferra a un bien que no puede explicar. Como buen señor feudal de la 4T, reclama obediencia y silencio, mientras llama “feudales” a quienes defienden lo que siempre les ha pertenecido.
El mundo al revés empieza en casa. En su casa.
