Columna invitada

La polarización mata

La distancia que existe del 11 de septiembre de 1973, día del golpe de Estado en Chile contra el gobierno de Salvador Allende, a los atentados del 11 de septiembre del 2001 contra el Pentágono y las Torres Gemelas es la misma que existe hoy entre la agresión rusa en la invasión a Ucrania y la brutalidad con la que opera Benjamin Netanyahu en Gaza. La verdad importa poco si estamos hablando de ataques realizados por golpistas anticomunistas, islamistas radicales, el dictador de una potencia en declive buscando recuperar un espacio geopolítico perdido o la respuesta excesiva e inmisericorde ante un atentado terrorista injustificable, el de Hamás, del que está por cumplirse un nuevo aniversario: al final lo que se impone es la violencia como supresión de la política y el tránsito hacia un mundo cada vez más polarizado, por ende, totalitario.

La polarización mata. Las políticas contemporáneas basadas en la exhibición del otro como enemigo, matan, lo sabíamos en 1973 y 2001, y se ha convertido en norma en nuestros días. No hemos aprendido demasiado de lo sucedido entonces y lo vemos día con día en Ucrania y en Gaza. La seguridad de las personas y la de las naciones debe verse desde esa perspectiva, y desde allí contemplar nuestro futuro.

Después del 11 de septiembre de 2001, el mundo cambió, decirlo es hoy un lugar común. Cambiaron nuestras vidas y nuestras perspectivas. El siglo XXI no se presentaba ya como una era de prosperidad y paz, en la que el mundo creyó después de la caída del Muro de Berlín, sino como la antesala de una guerra entre civilizaciones y religiones. Decía, después de los atentados del 11-S, Yuval Noah Harari, autor de Sapiens, que “nos hallamos en el umbral tanto del cielo como del infierno, moviéndonos nerviosamente entre el portal de uno y la antesala del otro. La historia todavía no ha decidido dónde terminaremos, y una serie de coincidencias todavía nos pueden enviar en cualquiera de las dos direcciones”. Desgraciadamente, parece que estamos cada vez más cerca de la antesala del infierno.



En  esa transformación global, en ese tránsito entre el cielo y el infierno, la seguridad, tanto la individual como la global, es la que mayores cambios ha sufrido. Hoy, casi nadie recuerda ni pide un mundo con fronteras mucho más abiertas sin el temor a atentados callejeros de todo tipo, sin controles exagerados en aeropuertos y eventos masivos, incluyendo la intercepción de miles de millones de comunicaciones que han vulnerado, hasta dejarla irreconocible, la privacidad. Pero queremos seguridad.

La seguridad global, entre naciones, es la que ha sufrido cambios más radicales. Hoy, en medio de la desconfianza implícita, sería imposible controlar las amenazas del terrorismo internacional (y del crimen organizado en todas sus facetas) sin una colaboración muy estrecha.

Por eso debemos valorar aspectos que son casi ignorados. Desde el 11-S, la relación con Estados Unidos también cambió. Más allá de las vicisitudes políticas (desde el 11-S, México ha tenido cinco presidentes, mientras que Estados Unidos ha tenido, desde entonces, cuatro mandatarios, en todos los casos, provenientes de las antípodas políticas, allá y aquí) si hay algo que se ha garantizado es la comunicación estratégica en términos de seguridad contra ataques terroristas.



México ha establecido con la Unión Americana una red de comunicaciones en términos de seguridad antiterrorista realmente sofisticada y eficiente que ha permitido, incluso en medio de las batallas del narcotráfico y el tráfico de armas, que en estos 24 años no se haya presentado un solo atentado en la Unión Americana con origen en nuestro país. Y aunque no se han hecho en casi ningún caso del conocimiento público, son innumerables las operaciones que se han realizado para abortar cualquier intento o frenar el tránsito de sospechosos de terrorismo.

Ésa es una historia de la relación bilateral que la mayoría de los mexicanos o estadunidenses no conocen. En ese sentido, no hay márgenes para rupturas. Hay ocasiones en que las dos naciones se han alejado o acercado en estos años, pero nunca se ha puesto en peligro esa comunicación.

Inmediatamente después de los atentados del 11-S, México tuvo una actitud dual, fruto de diferencias internas, durante algunas horas y días, que provocó malestar en la administración Bush y que, incluso, llevó a la Casa Blanca a alejarse del gobierno de Fox. Con el paso del tiempo y con la intensa participación mexicana en los nuevos esquemas de seguridad global que impuso Estados Unidos a la comunidad de naciones, esa relación fue reparándose. Mantener afianzados y firmes esos lazos y esa comunicación es importante en términos globales, bilaterales e internos. Es uno de nuestros principales desafíos estratégicos, más aún en un mundo donde la polarización, la intransigencia, la violencia, como reemplazo del diálogo y la política, parecen imponerse día con día.



GOLPISTAS

Ayer, Jair Bolsonaro, expresidente de Brasil, fue condenado a 27 años de prisión por tratar de organizar un golpe de Estado para impedir la llegada al poder de Luiz Inácio Lula da SilvaBolsonaro, hace algunos años, envió a prisión a Lula, acusándolo de corrupción. Dentro de exactamente un año habrá elecciones en Brasil. Lula ya no podría participar. Con Bolsonaro preso, el candidato de la derecha será su hijo Eduardo. La apuesta de Trump por los Bolsonaro será altísima y la polarización desgarrará nuevamente a la gran potencia sudamericana.

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez es periodista y analista, conductor de Todo Personal en ADN40. Escribe la columna Razones en Excélsior y participa en Confidencial de Heraldo Radio, ofreciendo un enfoque profundo sobre política y seguridad.

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