No era fácil alcanzar un consenso en materia de seguridad entre México y Estados Unidos.
El escepticismo que priva de uno y otro lado de la frontera, respecto de las intenciones del vecino, hacía más fácil pensar en un futuro repleto de reproches.
El recurso de refugiarse en el nacionalismo siempre ha estado a la mano, pues se trata de una salida fácil que permite cosechar aplausos en casa y justificar la falta de resultados.
Y, sin embargo, ambos países lograron dar forma a una cooperación que podría ser muy productiva, siempre y cuando se aterricen con hechos los elogios mutuos que se escucharon ayer con motivo de la visita a México del secretario de Estado estadunidense, Marco Rubio, y, sobre todo, se cumplan los objetivos trazados en el comunicado conjunto de los dos gobiernos emitido ayer.
Sin llegar a ser un acuerdo formal como el que se había prometido, el entendimiento es sensato y práctico, una buena pieza de diplomacia.
“El objetivo es trabajar juntos para desmantelar el crimen organizado transnacional mediante una cooperación reforzada entre nuestras respectivas instituciones de seguridad nacional, cuerpos de seguridad y autoridades judiciales”, dice.
“Además, colaboramos para atender el movimiento ilegal de personas a través de la frontera. Esta cooperación, a través de acciones específicas e inmediatas, fortalecerá la seguridad a lo largo de nuestra frontera compartida, detendrá el tráfico de fentanilo y otras drogas ilícitas, y pondrá fin al tráfico de armas”, agrega el documento.
Sí, es más fácil decirlo que hacerlo, pero si México y Estados Unidos coronan estos propósitos con acciones concretas y constantes, podemos pensar que ambos países se habrán colocado en la ruta de atacar con seriedad un problema que tiene hondas raíces de uno y otro lado de la frontera y que no podrá ser eliminado sin una cooperación efectiva.
Cierto, es imposible saber si las partes mantendrán la buena voluntad que vimos ayer. Las necesidades políticas de uno y otro gobierno bien podrían dinamitar esos esfuerzos, pero sirven más las palabras que escuchamos en la conferencia de los secretarios Juan Ramón de la Fuente y Marco Rubio que las cansinas recriminaciones de “tú traficas” y “tú consumes” que no nos han llevado a ningún lado.
En el caso de México, el atrincherarnos en nuestras fronteras ha sido muy útil para los cárteles. Si Estados Unidos decidiera lanzar ataques unilaterales contra los criminales en nuestro país, ese nativismo simplemente se exacerbaría en detrimento de todos los que sufren por la violencia. La toma de responsabilidades por parte de los dos gobiernos y la colaboración decidida parecen ser la única manera de lograr avances reales, no de relumbrón.
¿Cómo llegamos a lo anunciado ayer? No debemos descartar el efecto de las presiones ejercidas por Washington mediante su política comercial. Es obvia la gran asimetría entre ambos países. Sin embargo, ya hemos visto que, en algunos casos, como el de India, los aranceles no siempre logran los efectos deseados. Por eso hay que reconocer también el talento y la paciencia de Rubio y De la Fuente, quienes han sabido tejer una relación personal muy eficaz que ha logrado sacarles la vuelta a los radicalismos en uno y otro país, así como al histrionismo que se practica de uno y otro lado de la frontera para satisfacer a la galería.
En el caso del canciller mexicano, ha tenido que soportar el asedio del morenismo más ideologizado —claramente antiyanqui—, que llegó a promover la idea de que la presidenta Claudia Sheinbaum le iba a pedir la renuncia, igual que supo resistir la rusofilia de buena parte del lopezobradorismo para condenar, desde la embajada en Naciones Unidas, la invasión a Ucrania. Con su estilo callado, a ratos demasiado austero, De la Fuente ha sido uno de los miembros del gabinete que mejores resultados ha dado.
Insisto: el entendimiento anunciado ayer aún tiene que materializarse, pero es mucho mejor tener con Washington una cercanía de palabra que un alejamiento con los resultados de siempre.
