Decía Isaac Asimov que poco a poco nos acostumbramos a la violencia y que una población insensible es una población peligrosa. Es verdad: una sociedad insensible y violenta es peligrosa, sobre todo porque matar se convierte en un ejercicio cotidiano, barato, casi intrascendente.
En ese ambiente, la polarización mata, las palabras matan, sobre todo cuando se pronuncian desde las tribunas más altas del país. Cuando se es agredido verbalmente, una y otra vez, por un presidente de la República o sus voceros, cuando se miente, se vitupera, se descalifica, cuando un mandatario ve a sus adversarios como enemigos, como la exhibición del mal, de la corrupción, de la mentira, del robo, se está llamando directa o indirectamente, consciente o inconscientemente, a la agresión.
Cuando además se lo hace en una administración que dejó 200 mil muertos y 60 mil desaparecidos, en un país donde matar a alguien es simplemente un encargo que se puede solventar con un puñado de pesos, la responsabilidad que tienen el lenguaje de agresión y polarización resultan evidentes ante un atentado como el que sufrió Ciro Gómez Leyva y que relata en su libro No me pudiste matar (Planeta 2025) .
Me gustó mucho el libro de Ciro, en el que cuenta la historia del atentado afortunadamente frustrado por el blindaje de la camioneta que utilizaba (y por la improvisación y poca pericia de los sicarios contratados con ese fin). Es un relato minucioso de lo sucedido, pero también una reflexión personal profunda. Me imagino que escribirlo debe haber sido un instrumento de sanación, pero al mismo tiempo es un relato periodístico descarnado de lo que fue el sexenio pasado, de la esquizofrenia determinada por un mandatario que mientras amenazaba, se burlaba y agredía desde el púlpito mañanero, tenía detrás un grupo de subordinados en la capital del país y en algunas instancias federales, que trataban de garantizar la seguridad del agredido.
El texto no sólo demuestra que Ciro es un muy buen narrador, sino también un muy buen lector. Tiene un aire que me recordó al primer Truman Capote (A sangre fría) en la descripción del atentado, de los sicarios que intentaron matarlo, de sus procesos, combinada con una narrativa introspectiva a lo Michel Houellebecq cuando habla de sí mismo, de la rabia contenida y del mundo de sospechas que se deben sortear para volver a ubicarse en un mundo donde alguien había decidido que uno no tiene lugar.
Pero más allá de eso, el libro sirve, a partir de esa historia personalísima, como un mural que exhibe los años infames que hemos vivido, el tono de venganza personal que permeó a un mandatario y a sus incondicionales, y a un mundo criminal que es como un cáncer que carcome a la sociedad, muchas veces gozando de la mayor impunidad.
Tiene toda la razón Ciro cuando descree que su atentado haya sido, como dicen que les dijeron algunos de los sicarios, una orden de Nemesio Oseguera, El Mencho, el líder del CJNG. Más inverosímil es que la orden se haya detonado por haber hablado en su noticiero de la detención de la esposa de El Mencho, Rosalinda, una información que todos los que nos ocupamos de estos temas tratamos al detalle cuando ocurrió y que, como sucede en esos casos, Ciro (como hicimos otros) cubrió sin adjetivos.
Pero es consciente que también pudiera haber sido cualquiera; algún pobre diablo que en un mundo donde matar no cuesta nada quiso hacer un favor o una muestra de lealtad a su jefe (quien sea) o simplemente detonar un instrumento de desestabilización, al matar a quien era el conductor del programa de radio más escuchado en ese momento.
Lo terrible es eso: lo barato que es matar, lo fácil que es juntar una manada de tipos que por unos pesos pueden lo mismo robar autopartes o pegarle unos tiros a un periodista con balas que pueden intercambiar sin problemas en un tianguis en el centro de la ciudad. No me pudiste matar exhibe sobre todo esa insensibilidad, deterioro y peligrosidad (diría Asimov) que estamos viviendo, porque el de Ciro no es un caso único, como no lo fueron el atentado a Omar García Harfuch, el asesinato de Milton, los de Ximena y José, el de Javier Valdez, como no lo son los 50 o 60 asesinatos que se producen de la misma forma, todos y cada uno de los días en nuestro país, entre ellos el de los 47 periodistas asesinados en el pasado sexenio.
En el corto plazo hay que asumir que el tejido social está demasiado deteriorado, roto, pero podemos, es una obligación de las autoridades y de todos los actores sociales, bajar los índices de violencia, comenzando por la verbal, y exigir el cumplimiento de la ley. Cuando los hechos de violencia quedan impunes, simplemente la alimentan. La descalificación y la agresión son el caldo de cultivo de los que se sustenta una violencia que se aplica contra cualquiera y que sólo adquiere otra dimensión cuando se ejerce contra un personaje público como Ciro, pero que también sufren los funcionarios, candidatos, políticos, pequeños y grandes empresarios, trabajadores, periodistas, sobre todo a nivel local donde la impunidad es casi la norma.
Dice el filósofo indio Jiddu Krishnamurti que “la violencia no es sólo matar a otro. Hay violencia cuando usamos una palabra denigrante, cuando hacemos gestos para despreciar a otra persona, cuando obedecemos porque hay miedo, esa violencia es mucho más sutil, mucho más profunda”. Nuestro amigo Ciro Gómez Leyva logró sortearla y contarla en este libro. No queda más que alegrarnos de poder escucharlo y leerlo, y de que lo pueda seguir haciendo durante muchos años más.
