Es difícil desacreditar a los 100 mil que protestaron ayer en la zona centro de Madrid y, al grito de que lo de la Franja de Gaza “no es una guerra, es genocidio”, impidieron el cierre de la vuelta ciclista de España. Lo es tanto como demeritar las palabras del alcalde José Luis Martínez-Almeida, acusando cobardía de esos manifestantes que “vergonzosamente tiraron chinchetas” al paso de los ciclistas para hacerlos caer cuando pedaleaban a 60 kilómetros por hora. Los inconformes rechazaban la participación de un equipo de Israel, pese a que desde un principio quedó claro que no representaba al gobierno de Netanyahu. La vuelta avanzó dos semanas entre crisis y suspensiones parciales que prefiguraban el abortado final en Madrid. El presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, exaltó la protesta de ayer, dijo que fue un admirable ejercicio “del pueblo español que se moviliza por causas justas”. La oposición le cayó a palos. La derecha extrema sentenció: “El psicópata de Sánchez ha sacado a sus milicias a la calle”. Para mí, mexicano, lo admirable es que las milicias no rompieran aparadores ni pintarrajearan monumentos, y que al final del día hubiera sólo dos detenidos y ningún herido de gravedad. Y que en las terrazas y cafés madrileños con vista a los desmanes y algún garrotazo y gas, la tertulia siguiera alegre, como si de otro domingo soleado se tratara.
Columna invitada
